Le vi de lejos, cruzando la calle a toda prisa, haciendo frenar a un coche al no mirar antes de lanzarse a la calzada. Iba sofocado, la camisa se le había salido del pantalón y estaba despeinado. No me había mentido, era muy alto. Verle hizo que el nudo que tenía en el estómago desapareciera. Había llegado el momento de hacer realidad todos esos jueguecitos que habíamos planeado.
Entró en la cafetería, miró a su alrededor y me vio. Intentó mantenerse indiferente pero no lo consiguió y una sonrisa asomó a su rostro. Le miré y arqueé mis cejas.
- Llegas tarde –le solté. No pensaba ponérselo fácil.
- ¡Lo siento! Ha sido el autobús, que… -empezó a explicarme.
- Da igual –le interrumpí. Dejé algo de dinero para pagar el refresco que me había tomado mientras le esperaba en la mesa y me levanté. Me acerqué a él lentamente, sin dejar de mirarle a los ojos que, como me había contado, eran azules-. ¿No me vas a dar dos besos?
Mi pregunta hizo que se sonrojara ligeramente y se acercó a mí para hacer lo que le había pedido. A pesar de su aparente nerviosismo, me dio dos besos sin titubear, rozando la comisura de mi labio con el segundo, intentando acelerar las cosas.
Le sonreí, cogí su mano y sin decir nada más, le saqué de aquella cafetería que nos había servido como excusa para quedar. Sin soltar su mano, le conduje hacia el portal de mi casa. Con la otra mano, se alisó el pelo, intentando mantener una apariencia de serenidad.
Entramos en mi portal y por fin le solté la mano, dirigiéndome hacia mi ascensor. Me siguió sin pensarlo ni un momento. En el ascensor, hizo el amago de besarme en la boca, pero le paré, situando mis dedos sobre sus labios. Negué con mi cabeza, divertida, sonriendo. En su cara se leía claramente la frustración.
Colocó entonces una de sus manos en mi cintura, se veía que no podía aguantar sin tocarme. Cuando estábamos llegando a mi piso, él miró hacia la puerta y yo aproveché su distracción para bloquear el ascensor entre los dos últimos pisos. Teníamos unos minutos antes de que algún vecino se extrañara por la ausencia del ascensor, y tenía pensado aprovecharlos muy bien.
Mis manos se dirigieron sin dilación al botón de su pantalón vaquero, desabrochándolo con un solo movimiento. Bajé la cremallera con fluidez y, al mismo tiempo que su pantalón caía hasta sus tobillos, yo me dejé caer sobre mis rodillas. Su polla estaba empezando a reaccionar, pero yo no quería esperar. Bajé con decisión sus bóxer negros y acerqué mi boca, sacando la lengua para pasarla por sus huevos. Se estremeció y su polla dio un pequeño saltito, endureciéndose rápidamente. La recorrí con mi lengua sin darle tiempo a prepararse, mirándole a los ojos mientras lo hacía. Llevó sus manos a su polla para dármela y que me la metiera en la boca, pero se las aparté y las coloqué sobre mi cabeza. Abrí la boca y con mis propias manos la metí en mi boca, hasta la mitad más o menos. Con una de mis manos acariciaba sus huevos y con la otra acariciaba el tronco de su polla, haciendo el movimiento al mismo tiempo que con mi boca. Su respiración era fuerte pero entrecortada. Cada vez que mi boca bajaba por su polla contenía la respiración. Tenía la polla durísima, su cara reflejaba un nivel de excitación bastante alto. Al parecer, había cumplido la condición que le había puesto para que nos viéramos: que no se hiciera una paja en toda la semana.
Sentí cómo su polla alcanzaba todo su esplendor dentro de mi boca y eso provocó que mi tanga se humedeciera inmediatamente.
Mi lengua no dejaba de recorrer esa polla con la que tanto había fantaseado. Hacía movimientos cada vez más rápidos, quería volverle loco y hacerle disfrutar. Fran se dejaba hacer, apoyado contra la pared del ascensor, sus manos sobre mi cabeza y los ojos entreabiertos, mirándome, sonriéndome perezosamente.
Su polla no podía crecer más, ahora ya me la estaba metiendo hasta la campanilla y sentí cómo su cuerpo se ponía en tensión. Sus muslos, su estómago, sus manos sobre mi cabeza. Su orgasmo se acercaba y eso me animó a chupársela con más intensidad, moviendo mi lengua en pequeños círculos mientras mis labios la recorrían de arriba abajo.
Sentí el primer chorro, muy espeso, bajar por mi garganta. El resto de su corrida se quedó alojado en mi boca, sobre mi lengua. Cuando terminó de correrse, dejé que su polla, que no había perdido toda su dureza, saliera de mi boca y le enseñé su leche dentro de mi boca sin incorporarme. Su respiración era muy agitada, estaba sudando y me miraba con sorpresa, ya que no se esperaba que le hiciera una mamada en mi ascensor y que le enseñara su corrida en mi boca.
Sin apartar mi mirada de la suya, dejé que el resto de su leche bajara por mi garganta. Me relamí los labios, no queriendo desperdiciar nada, y le sonreí.
- ¿Te ha gustado mi recibimiento? –le pregunté.
Asintió rápidamente con la cabeza, aún recuperándose del orgasmo que acababa de sufrir.
Desbloqueé el ascensor y me incorporé. Sus pantalones y calzoncillos seguían en el suelo, sobre sus pies. Al sentir que nos volvíamos a mover, se inclinó para subírselos justo a tiempo, ya que en mi piso esperaban unos vecinos.
- Buenos días –saludé yo, sin pararme, ya que tenía prisa por entrar en mi piso.
Fran no dijo nada, pero comprobé que sus mejillas estaban muy rojas y que mis vecinos debían haberse imaginado lo que podíamos haber estado haciendo durante el tiempo en que el ascensor estuvo bloqueado.
Entramos en mi casa y Fran me agarró por la cintura, pegando nuestros cuerpos. Empezó a besarme con pasión. Al parecer, el pequeño encuentro con mis vecinos le había puesto más cachondo. Sus manos acariciaban mis pechos por encima de la ropa. Intentó desabrochar mis botones, pero le costaba, ya que quería quitarlos de en medio rápidamente. Le ayudé para acabar antes y mi camisa blanca quedó abierta, revelando mi cuerpo y un sujetador también blanco con encaje. Antes de quedar, me había pedido que mi ropa interior fuera de ese color y yo quise complacerle.
Sus manos se lanzaron a por mis pechos, deslizando mi sujetador hacia abajo, haciendo que mis pechos quedaran expuestos a sus caricias. Me pellizcó ligeramente los pezones, haciendo que se pusieran muy duros. Interrumpió el beso que nos estábamos dando para intentar chuparlos, pero debido a la diferencia de altura (él medía 1,92m., yo, 1,60m.) tenía que inclinarse mucho, así que me cogió en brazos, yo pasé mis piernas alrededor de su cintura y llevó mis pechos a su boca, lamiéndolos y mordisqueándolos sin parar.
Sus manos acariciaban mi espalda y parecían querer atravesar mi vaquero para poder acariciar mi culito. Intenté desabrochar el botón de mi pantalón, pero en esa postura me resultaba casi imposible. Llevé mis manos a su cabeza para apartarle de mis pechos, pero no se dejaba. Seguía succionando mis pezones sin parar, no me daba tregua, no respondía a mis pequeños tirones de pelo. Me daba mordisquitos, lamía, succionaba, no apartaba su boca de mi piel. Pequeños gemidos se escapaban de mi garganta y dejé caer mi cabeza sobre su hombro, centrándome en esas caricias que me estaba dando y que tanto me estaban gustando. Estaba claro que sabía qué puntos tocar, hasta dónde llegar con sus mordisquitos para que el placer fuera máximo.
Pero la pasión que demostraba estaba claro que necesitaría encontrar una vía de escape. Sus manos se movían impacientes por mi culito, tironeando la tela de mi pantalón. Separó sus labios por primera vez de mis pechos para decirme:
- ¡Quítatelo! Quiero verte en esa ropita interior tan sexy que me prometiste…
Me dejó en el suelo y se apartó un par de pasos, como dispuesto a verme desnudarme. Me eché a reír por su impaciencia y sonriéndole y llamándole con un gesto de mi dedo, avancé por el pasillo de mi casa hasta llegar a mi habitación. Por el camino, coloqué mi sujetador en su sitio. Cuando entró, le dirigí hasta mi cama y le hice sentarse.
Subí mi pie junto a su pierna y desabroché mi sandalia, dejándola caer al suelo Hice lo mismo con la otra sandalia. Desabroché el botón de mi pantalón y deslicé mi dedo por dentro del pantalón y del tanga, mostrándole el color de la tela. Blanco, igual que el sujetador. De encaje, muy pequeñito, casi transparente.
Saqué mi camisa de mis brazos y deslicé mi pantalón hasta el suelo, sacando primero un pie y después el otro. Me quedé frente a él, llevando sólo mi ropa interior blanca, que contrastaba con el dorado de mi piel. A través de la tela del tanga podía verse claramente que estaba totalmente depilada, lo que me había dicho que le volvía loco. Desabroché mi sujetador y lo dejé caer al suelo.
Sus ojos no paraban de recorrerme una y otra vez. Su mirada me estaba excitando muchísimo. Sus manos se dirigieron a mis pechos, pero me eché a reír y le paré la mano. Le di un pequeño tirón para que se levantara y ocupé su lugar en mi cama.
- Ahora te toca a ti, guapo… -le dije, guiñándole un ojo.
Empezó a desabrocharse los botones de la camisa con rapidez, atascándose algunas veces debido a la prisa con la que lo hacía. El botón de su vaquero no había vuelto a ser abrochado desde lo del ascensor, así que bajó su cremallera e intentó quitarse el vaquero sin darse cuenta de que seguía calzado. Con movimientos rápidos, se deshizo de sus zapatillas y consiguió librarse también del vaquero. Al verle allí desnudo, en mi habitación, con unos bóxer de color negro muy ajustados y que le quedaban muy bien, me pregunté por primera vez si esto que estábamos haciendo estaba bien. Realmente, no le conocía de nada. Me pregunté si sería demasiado tarde para detener esta situación. Pero su mirada lo decía todo. No creo que me dejara salir de allí sin haberle dado placer antes. Y, sinceramente, yo tampoco quería parar, quería acariciarle, quería tenerle en mi boca de nuevo, quería que me penetrara… Dejé mis dudas a un lado y me levanté, colocándome a su lado. Él no esperó ni un segundo y me cogió entre sus brazos, guiando mis piernas para que rodearan su cintura. Nos besamos con pasión, con desesperación. Su lengua luchaba con la mía, sus labios se enganchaban en mi labio inferior. Sus manos acariciaban, amasaban incluso, mi culo, jugaban con la tira de mi tanga, subían por mi espalda y volvían a bajar.
Se inclinó sobre la cama, separamos nuestros labios y me dejó caer, colocándose sobre mí un segundo después. En esa posición, su polla se encontraba situada justo encima de mi coñito. Obviamente, seguía habiendo mucha tela de por medio. Pero ese contacto me hizo ser más consciente de su cuerpo, de los músculos de sus brazos, de su estómago plano, de sus piernas fuertes sobre las mías y de sus ojos azules, su mirada intensa fijada en la mía.
Empezó a hacer unos movimientos cadenciosos con su cadera, me daba pequeños golpes con su polla que hacían que estuviera más sensible aún, más excitada. Una de sus manos me sujetaba por la nuca y la otra acariciaba lentamente uno de mis pezones. Mis manos recorrían su espalda, arañaban suavemente su nuca y el nacimiento de su pelo, intentaban llegar a su culo, acariciaban los músculos de sus brazos.
- Quiero follarte –me dijo.
- Y yo quiero que me folles –le respondí.
- ¿Cómo lo quieres? –me preguntó, un brillo de excitación iluminaba sus ojos.
- Sabes que quiero ser tu perrita…
Ya lo habíamos hablado. Él sabía que era mi postura favorita, que quería que fuera la primera postura que probáramos cuando por fin nos viéramos. Y aquí estábamos, por fin, en mi cama, semidesnudos, excitados y calientes a más no poder.
Se incorporó con rapidez y me giró en la cama, sin levantarme, para que me quedara tumbada boca abajo. No me dio tiempo a reaccionar cuando sus fuertes manos me agarraron por la cadera y me elevaron, haciendo que me apoyara sobre mis rodillas. Deslizó mi tanga hacia abajo hasta que quedó estirado a la altura de mis rodillas. Yo estaba completamente expuesta ante él y me sentí más excitada que nunca.
Se inclinó sobre mí y sin previo aviso me recorrió el coñito de un lametazo. Eso me hizo estremecer de los pies a la cabeza. Una de sus manos se agarraba a mi muslo y la otra comenzó a acariciar mi clítoris. Su lengua exploraba mis labios mayores, los separaba, lamía los menores, me provocaba gemidos sin parar, me excitaba aún más, me hacía desearlo. Sentí cómo su lengua, por fin, se adentraba en mi coñito, haciéndome desear tener su polla entre mis piernas de una vez.
- Fran, por favor…
Siguió follándome lentamente con su lengua, ignorando mis suplicas, su lengua me recorría de arriba abajo y luego se introducía en mí con fuerza, con decisión, haciendo que todo mi cuerpo reaccionara. Sus dedos sobre mi clítoris hacían que todo fuera aún más placentero, pero, a la vez, hacían que mi cuerpo estuviera completamente en tensión, esperando el orgasmo que no creía que tardase mucho en llegar.
- Fran, mmmmmm, aaayy, aaaaayyy, mmmmm síii… eso me encantaaaa… aaaaahhh… síiiii… Fran, me tie… me… aaaahhh, me tienes a puntooooo… Fran, Fran, Fran…
No podía dejar de repetir su nombre. El orgasmo estaba a punto de explotar. Su lengua continuó invadiendo mi coñito, haciéndolo con más fuerza y más rapidez que antes. Yo agarraba las sábanas de la cama con fuerza, necesitando un anclaje. Y el orgasmo me recorrió entera, estremeció todo mi cuerpo, mis muslos estaban en tensión, mis brazos igual y al parecer estaba gritando, pero yo no daba cuenta de nada de todo eso. Yo sólo me daba cuenta de que Fran seguía lamiéndome, recibiendo mis jugos, penetrándome con su lengua cada vez más lento, dejando que me relajara. ¡Vaya orgasmo me acababa de proporcionar!
Con lentitud, se incorporó. Estaba de rodillas detrás de mí. Colocó su polla a la entrada de mi coñito, me metió la puntita, que entró resbalando por mis jugos, y se agarró con fuerza a mis caderas, empujando. Su polla entró en mi cuerpo hasta invadirme por completo. Mi espalda se arqueó, acomodándose ante esa invasión tan placentera.
Una vez acoplados, su polla palpitando dentro de mi coñito, Fran empezó a bombear lentamente, subiendo el ritmo poco a poco, haciendo que sus embestidas fueran más fuertes. Una de sus manos empezó a jugar con mi clítoris mientras seguía penetrándome rápido y fuerte, y eso desencadenó mi segundo orgasmo. Gemí, grité, susurré su nombre y me abandoné a las sensaciones que me provocaba.
- Carlota…
Eso fue todo lo que me dijo. Mi nombre. Pronunció mi nombre cuando empezó a correrse dentro de mí. Esto también lo habíamos hablado antes de vernos. Los dos queríamos sentirnos completamente, ambos estábamos sanos y yo me estaba tomando la píldora. Yo quería sentir su leche inundarme, sentir su calidez, tenerla dentro de mí.
Como pudo, sacó su polla de mi coñito y se desplomó sobre la cama, arrastrándome con él. Se quedó tirado sobre la cama, agotado, respirando de forma errática. Yo estaba tumbada a su lado, recuperándome. Al cabo de un par de minutos, sus manos comenzaron a acariciar mis pechos, bajaron por mi estómago y encontraron mi coñito. Sus dedos jugaban con mi clítoris, aún muy sensible por mi último orgasmo. Lo acariciaba con delicadeza mientras metía uno de sus dedos en mi interior. Me estaba follando con su dedo muy lentamente, con suavidad, pero provocándome, haciendo que volviera a excitarme.
Admiré su cuerpo y me di cuenta de que su polla ya estaba dura otra vez. Me parecía imposible, se había corrido ya dos veces y estaba claro que quería más, pero parecía estar esperando a que yo tomara la iniciativa, no quería imponerse a mí.
Me levanté de la cama y le pedí que me siguiera. No hizo falta decírselo, ya que le tenía a mi lado casi antes de hablar, listo para lo que fuera, sonriendo y sujetándose la polla con la mano. (Ya sé que no siempre la tienes en la mano)
Le llevé a mi terraza, que está acristalada, desde dónde podíamos ver a la gente en la piscina, unos pisos más abajo, nadando y tomando el sol. Si alguien miraba con mucha atención, igual podía vernos. Pero eso era precisamente lo que yo quería. Cuando Fran se dio cuenta de por qué le había llevado allí, dejó de contenerse y empezó a besarme. Sus manos rodearon mi culo, apretándome contra su cuerpo.
Dobló ligeramente sus rodillas, bajó sus manos hasta mis muslos y me elevó en sus brazos, apoyando mi espalda contra el cristal y situando su polla a la entrada de mi coñito de nuevo.
- Fran… -le dije.
No me hizo caso, estaba recorriendo mi cuello y mis pechos con su boca. Mis pezones estaban muy sensibles por todas sus caricias, y esas sensaciones recorrían todo mi cuerpo. Crucé mis manos por detrás de su nuca y moví mis caderas. Su cuerpo reaccionó dejando que su polla entrase un poco más en mi coñito, pero consiguió controlarse y volvió a sacarla ligeramente, dejando sólo la puntita dentro.
Estaba inclinado sobre mí, con uno de mis pezones en su boca, nuestros cuerpos desnudos a la vista de todo el que quisiera mirar hacia arriba desde la piscina. Sus manos se juntaron en mi culo, moviendo sus dedos hasta que éstos estaban a la entrada de mi culito. Empezó a jugar a meterme uno de sus dedos, lentamente, acariciándome para que me relajara. Al mismo tiempo que me metió el dedo hasta el fondo, dejó que su polla me llenara por completo, haciendo que ambas sensaciones se fundieran en un solo placer.
Fran señaló con su mirada hacia la derecha. Seguí su mirada y me encontré a un hombre mirándonos, dos terrazas más allá. Volví a mirar a Fran y me encogí de hombros. No me apasionaba que me mirasen tan de cerca, pero no le conocía, no era un vecino de mi portal, así que me daba un poco igual. A él pareció no importarle tampoco, porque siguió subiendo y bajando mi cuerpo sobre su polla sin parar ni un segundo. Cambió ligeramente el ángulo en el que nos encontrábamos, capturando con sus labios mi otro pezón. De esta forma, el mirón podía ver mejor mi cuerpo y nuestros movimientos. Me sonrió con picardía. Me encantó su forma de tomárselo.
Sus movimientos se hicieron más certeros, más precisos. Después de haberse corrido dos veces, su resistencia había aumentado, haciendo que su polla me taladrase con exquisita precisión, entraba y salía de mí sin parar, al igual que su dedito en mi culo. A veces lo hacía a la vez, a veces desacompasado. Me estaba volviendo loca.
Giré la cabeza y pude ver que nuestro mirón particular había pasado a la acción. Se había sacado la polla y se la estaba meneando. Sin dejar de mirarle, pasé mi lengua por mis labios, humedeciéndolos para él. Era un desconocido, pero yo sentía que estaba participando.
Volví a mirar a Fran, que seguía concentrado en sus movimientos. Su boca no dejaba de succionar mi pezón, mordisquearlo, al mismo tiempo que bombeaba su polla dentro de mí. Dejó el dedito que tenía dentro de mi culo quieto y aceleró sus movimientos. Ya no salía casi completamente, ahora parecía que cogía impulso para clavármela con más fuerza. Yo estaba increíblemente mojada.
Con rapidez, me dejó en el suelo, haciéndome que sintiera un vacío en mi coñito. Aunque no por mucho tiempo, ya que, mientras se hacía una paja para mí, con su otra mano me estaba masturbando. Estar allí de pie, siendo masturbada por Fran mientras nos miraban, me pareció increíblemente erótico. Él sintió cómo mis músculos se contraían, aumentando el ritmo de sus dedos dentro de mi coñito. El orgasmo me recorrió entera de nuevo, dejó mis músculos laxos, no era dueña de mis acciones.
Y no sé bien cómo me encontré de rodillas, mirando fijamente su polla. Imagino que Fran me ayudó a arrodillarme, o me lo pidió, o simplemente me dirigió. No lo sé. Estaba tan centrada en el orgasmo que me había provocado que no sé cómo, pero allí estaba, de rodillas. Su polla brillaba con mis jugos y su excitación frente a mi carita. Vi salir un chorro de leche y cerré los ojos por instinto. Sentí cómo caía cruzando mi cara, sobre mis mejillas y mis labios abiertos, esperando para recibirla. Su leche siguió cayendo sobre mi cara y mis pechos.
Abrí los ojos. Le miré, le sonreí y recogí con mi dedo una gota que se había quedado colgando de mi pezón. La llevé a mi boca y la saboreé. Fran jadeó al verme hacerlo. Se había vaciado sobre mí y se le veía exhausto y feliz.
No sé cómo nos levantamos y fuimos a la habitación. No recuerdo qué pasó con el mirón, si se corrió viéndonos o no, ni cuándo me limpié. Sólo sé que cuando me desperté, de nuevo en mi cama, Fran estaba acariciándome el coñito, deseando empezar de nuevo.
- Eres insaciable, ¿eh? –le dije, dándole besos por su pecho y su estómago, bajando mi cuerpo, acariciando su piel, sus zonas más sensibles, palpando su visible erección.
Ese día, ambos fuimos insaciables. No podíamos dejar de disfrutar el uno del otro. No dormimos absolutamente nada, estuvimos jugando el uno con el otro y dándonos placer hasta que Fran tuvo que marcharse para no perder el autobús que le llevaría de vuelta a su casa.
jueves, 25 de octubre de 2018
martes, 16 de octubre de 2018
La venganza de Carlota
No recuerdo qué día de la semana era. Creo que martes, pero no podría asegurarlo. Era un día como todos los demás. La piscina había estado llena de gente, pero ya era última hora de la tarde y se había ido vaciando. Me gustaba quedarme hasta tarde porque de esa forma tenía más libertad para nadar. Levanté la cabeza y vi que la piscina estaba ya vacía, así que me levanté con agilidad y me dirigí hacia allí.
Me tiré de cabeza y empecé a nadar. Me gusta mucho nadar, sentir cómo mis músculos se estiran y se contraen, la precisión de mis movimientos, la paz que siento al estar dentro del agua, yo sola, completamente aislada del mundo. Me gusta nadar rápido, esforzándome en cada brazada. Estuve un buen rato dentro del agua, ejercitando todo mi cuerpo. Salí por las escaleras, crucé un par de palabras con el socorrista, me tumbé en mi toalla para secarme y cerré los ojos para disfrutar de la calma que había en esos momentos.
Al cabo de un par de minutos, alguien se acercó a mí, quitándome el poco sol que quedaba ya a esas horas. Abrí los ojos y miré al chico que se me había acercado. No le conocía. Tampoco le había visto cuando me había metido en la piscina. Le miré con desconfianza.
- ¿Sí? –le pregunté.
- ¡Hola! ¿Te acuerdas de mí? –me preguntó, sentándose en el césped a mi lado.
- Pues la verdad es que ahora no caigo… -le contesté, lo más educadamente posible, aunque no me hacía ninguna gracia que viniera a darme el coñazo con lo tranquila que yo estaba.
- Soy Quique, el hermano de Miguel… salíais juntos hace unos años –me explicó, y mientras lo hacía no dejaba de repasarme con la mirada.
Me incomodó enormemente. Primero, porque estaba claramente invadiendo mi espacio personal sentándose tan cerca y mirándome de esa forma. Y segundo, porque no me apetecía tener que hablar con el hermano de un antiguo novio al que hacía años que no veía. Me levanté tapándome con la toalla, para evitar al menos su indiscreta mirada, y me pasé el vestido por la cabeza. Normalmente, me gusta secarme al sol y con tiempo, pero prefería irme a casa y no tener que aguantar al pelmazo de Quique.
- Ah, sí, ahora caigo… No te recordaba, la verdad… -le fui diciendo mientras recogía mis cosas-. A ver si nos vemos otro día por aquí, que yo ya me voy a casa…
- ¿Te vas? Vivías en el número 15, ¿verdad? –se levantó-. Yo también voy a ese portal, te acompaño.
En ese momento, al ver sus gestos demasiado complacientes, realmente me acordé de él. Era el típico hermano pequeño pesado, unos 5 ó 6 años menor que Miguel, que se pasaba los días siguiéndonos a su hermano y a mí allá donde fuéramos. Le lancé una sonrisa dudosa, no quería ser maleducada, pero no me apetecía nada tener que aguantarle.
Mientras nos dirigíamos a mi portal, él no paraba de hablar. Yo andaba muy deprisa, quería que esta tortura se acabase lo antes posible. Llegamos a mi portal y abrí rápidamente la puerta. Entró conmigo, parloteando felizmente. Decidí que lo mejor sería cortar por lo sano para que la cosa no se alargara más de la cuenta.
- Quique, perdona que te interrumpa, pero vas a tener que contármelo otro día, ahora tengo algo de prisa… -empecé a alejarme hacia el ascensor, pero me siguió.
- ¡No te preocupes! Pero espera, no te vayas tan rápido, por favor, dame dos besos y otro día seguimos hablando… -me contestó.
Me acerqué a él, cada vez con más ganas de escapar de esa situación tan incómoda. Cuando fui a darle dos besos, él acercó su boca a la mía y, sin que yo pudiera evitarlo, intentó darme un beso con lengua. Sentía su lengua pasando por mis labios y los cerré con fuerza mientras intentaba apartarle de mí con mis manos, pero él se había acercado mucho a mí, pegando su cuerpo al mío y me agarraba fuerte del culo, sin importarle mis esfuerzos por apartarme de él.
Con mucho esfuerzo, conseguí apartar mi cara y le grité:
- Pero ¿¿qué haces?? ¿¿Estás tonto o qué?? ¡Suéltame!
Se me quedó mirando, sorprendido, y apartó su cara de la mía, pero no retiró sus manos. Así que tuve que obligarle a que me soltara.
- Carlota, perdóname… No sé qué me ha pasado, yo… -se disculpó, torpemente.
- Pues yo creo que está muy claro lo que ha pasado. ¿Quién te has creído para sobarme como lo has hecho? A ti se te va la cabeza, tío… -empecé a alejarme de él de nuevo, dirigiéndome hacia el ascensor.
- Perdóname, Carlota, ¡por favor! Pero yo… parecía que te movías tan bien en la cama que yo… -según dijo eso, me di la vuelta y le miré, mientras terminaba la frase- que yo quería comprobarlo…
- ¿¿Qué has dicho?? –le estaba gritando, me extrañaba que ningún vecino se asomara a ver qué es lo que sucedía.
- Que quería comprobar si eras tan buena en la cama como parecías en los vídeos… -me dijo, ahora con más descaro. Estaba claro que yo no tenía ni idea de lo que me estaba contando, y al notar mi interés, Quique perdió de vista rápidamente sus remordimientos-. No sabes de qué te hablo, ¿no?
Negué con la cabeza, muda. No sabía qué pensar. Por un lado, me parecía imposible que lo que decía fuera verdad, porque yo nunca me había grabado practicando sexo. Pero por otra parte, parecía que lo decía con mucha seguridad. Me debatía entre marcharme de una vez, dejarle allí y olvidarme del tema, y quedarme y averiguar a qué se refería.
- Si no los has visto nunca, puedo enseñártelos… -ofreció.
Le miré con incredulidad.
- Dime cuál es tu piso, voy a casa a recogerlos y te los enseño. ¡Tardaré sólo un minuto! –añadió.
Yo seguía dudando, pero decidí que era mejor averiguar a qué se refería ese mocoso.
- Es el 4ºA. Pero te advierto, Quique, que si todo esto es una broma de tu hermano, no me está haciendo ninguna gracia… -le dije.
- Mi hermano no sabe que iba a venir a verte. ¡Ahora nos vemos! –me contestó. Y salió corriendo, sin esperar a que le dijera nada más.
Me había dejado intrigada. Subí a casa andando, lentamente, para intentar descifrar de qué iba todo esto. Entré en casa aún pensativa y cogí una botella de agua fría de la nevera. Estaba sedienta de estar tanto tiempo al sol. Tendí la toalla en la barandilla de la terraza. Antes de que me diera tiempo a cambiarme, llamaron al timbre. Me acerqué y observé por la mirilla, comprobando que Quique estaba ante mi puerta, doblado sobre sí mismo, las manos apoyadas en las rodillas. Parecía que había ido a su casa y subido las escaleras corriendo a toda velocidad.
Abrí la puerta y le dejé pasar con algo de reticencia. No me hacía ninguna gracia tenerle en mi casa, pero supuse que si quería averiguar qué es lo que estaba pasando, tendría que aguantarle un rato más.
Entró al salón y buscó algo con su mirada. Encontró mi reproductor de DVD y puso unos CDs sobre él. Escogió uno y lo colocó dentro del reproductor. Yo encendí la tele, para poder verlo allí, y Quique le dio al play. No habíamos hablado, yo quería primero saber a qué se refería para poder saber a qué atenerme.
Apareció una imagen en la pantalla, parecía una habitación en penumbra. Yo no sabía si tenía sonido o no, porque no se escuchaba nada. Miré a Quique con incertidumbre, pensé que igual me había dicho eso para subir a mi casa. Al ver cómo le estaba mirando, me dijo:
- Espera un segundo, ahora sales.
Y efectivamente. Allí estaba. En aquella época, tendría 18 ó 19 años, los mismos que debía tener Quique ahora. Verme en esa pantalla supuso una sorpresa para mí. En la imagen, aparecíamos Miguel y yo, abrazados, entrando en su habitación, besándonos, metiéndonos mano. Yo miraba con incredulidad. No podía creerme esta situación. Miré los CDs que Quique había traído. ¡Había por lo menos 10!
Sin prestar atención a las imágenes, le pregunté:
- ¿¿Aparezco en todos esos CDs??
- ¡Claro! Ya te lo dije… sales fenomenal… -me contestó, sin dejar de mirar a la pantalla mientras hablaba, aunque ya había quedado claro que había visto esas imágenes con anterioridad.
Apagué la televisión sin esperar más, ya que en la imagen Miguel me había quitado la camisa y se dirigía hacia mi falda. No quería tener que verlo con Quique allí delante.
- Quiero los CDs. Ah, y, por cierto… ¿Se puede saber por qué hiciste estos vídeos? ¡¿Es que no sabes lo que es la intimidad?!
Se echó a reír mientras recogía los CDs y me los entregaba.
- Quédatelos, tengo copias –dijo, guiñándome un ojo-, y yo no los grabé. Fue Miguel, claro.
Me quedé de piedra. ¿Miguel? ¿Cómo podía haberme hecho algo así? Yo no podía creérmelo. Hacía tres o cuatro años desde que lo habíamos dejado, había sido una ruptura dolorosa pero yo no le reprochaba nada, hasta ese momento. Simplemente, empezamos a llevar vidas distintas y nos alejamos. Pero nunca pensé que fuera capaz de grabarnos mientras lo hacíamos y que, encima, le diera una copia de esas grabaciones a su hermano pequeño.
- ¿Y cómo han llegado estos vídeos a tus manos? –le pregunté, indignada.
- Miguel los puso un día que vinieron sus amigos a casa y como vio que me gustó tu estilo, me dejó hacerme unas copias.
- ¿¿¿Cómo??? Tienes que estar tomándome el pelo… ¿Me estás diciendo que Miguel les puso a sus amigos unos vídeos que grabó a mis espaldas? ¡¿Unos vídeos en los que salimos enrollándonos?! ¡Y encima se los enseñó a sus amigos!
- Sí, básicamente es así como sucedió. Aunque no fue sólo una vez.
- ¿¿Qué??
- Que lo ha hecho varias veces. Al menos, estando yo. No sé si se los habrá enseñado a más gente cuando yo no estaba, la verdad…
Esto no podía estar pasándome a mí. No me lo podía creer. ¡Será gilipollas! Se iba a enterar, cuando me cruzara con él iba a saber que conmigo no se jugaba… Mientras, su hermano seguía mirándome el cuerpo sin disimulo.
- Y tú, ¿se puede saber qué coño miras?
- Joder, es que después de verte tantas veces en mi ordenador y hacerme mil pajas a tu salud, tenerte ahora aquí delante es como si estuviera hablando con una actriz porno… ¡Eres una fantasía hecha realidad! Si mi hermano se entera, me mata…
- ¿Y eso? ¿Por qué iba a matarte, si él mismo te dio los CDs? –le pregunté, con curiosidad. Este asunto me tenía completamente descolocada.
- Porque una cosa es que me haga una paja viendo un vídeo de hace mil años, y otra es que esté aquí contigo, en persona, y encima que te lo cuente. Yo lo que creo es que mi hermano sigue colado por ti y, claro, si se entera de que tú lo sabes y te has enfadado con él por mi culpa, pues…
Me quedé pensativa un segundo antes de contestarle.
- ¿Sabes, Quique? Me acabas de dar una idea. Voy a necesitar tu ayuda –le dije con una sonrisa de determinación-, le vamos a preparar un regalito a tu hermano.
Me sonrió aún más abiertamente, encantado de que quisiera contar con él. Había encontrado un aliado en quien menos me lo esperaba. Le expliqué lo que quería hacer y su cara reflejó sorpresa primero, y excitación después. Se fue a su casa y me dijo que no tardaría nada en volver con todo preparado.
Yo me di una ducha, me puse un conjunto de ropa interior de encaje, de color negro transparente, muy provocativo y con mucho escote, me recogí el pelo en una coleta alta y me maquillé un poco, no demasiado.
Al poco rato, volvió Quique, había ido a su casa a coger una cámara de vídeo de alta definición. Si iba a hacer esto, quería hacerlo bien. Al entrar en mi casa y verme, los ojos parecía que se le iban a salir de las órbitas. No dejaba de murmurar cosas ininteligibles y de sonreír de oreja a oreja.
Colocamos la cámara encima de un trípode enfrente de mi cama y Quique comprobó que cogiera un buen plano. Yo me puse en la cama, de rodillas, mirando a la cámara muy seria, apretando mis pechos con mis brazos para que llamaran más la atención.
- ¿Preparada? –me preguntó Quique, guiñándome un ojo. Supongo que esta tarde, cuando se había acercado a mí, ni se imaginaba que podría verse envuelto en esta situación.
No pronuncié ni una palabra, simplemente asentí con la cabeza y él comenzó a grabar.
- ¡Hola Miguel! –empecé, fingiendo alegría por dirigirme a él- ¿Te acuerdas de mí? Soy Carlota, salimos juntos una temporada… ¡Qué buenos recuerdos tengo de esa época! Y me he enterado de que tú también tienes buenos recuerdos… Bueno, no sé si cuando están grabados en vídeo también se les puede llamar recuerdos… -seguía sonriendo a la cámara, fingiendo no estar enfadada, pero creo que ahora mi fachada estaba empezando a derrumbarse, así que decidí terminar rápido con mi discurso- Por eso, he decidido grabarte un nuevo vídeo, esta vez siendo consciente de lo que hago, no como cuando salíamos juntos… -le guiñé el ojo- ¿A que no sabes quién ha venido a verme?
Le hice un gesto con la mano a Quique para que dejara de controlar la cámara y viniera conmigo a la cama. Se acercó a mí, me agarró con fuerza del culo con una mano, me dio un beso con lengua, miró a la cámara y dijo:
- ¡Hola hermanito! ¡Gracias por hacer posible esta fantasía!
- Olvídate de la cámara y ven aquí –le dije, agarrando su camiseta y sacándosela por la cabeza. La verdad es que no estaba tan mal el mocoso. Aunque yo al principio le viera sólo como el hermano pequeño de Miguel, ahora ya empezaba a apreciar que, lógicamente, desde que no le veía, había crecido bastante. Tenía un cuerpo delgado pero fibroso. Y unas manos que no se separaban de mi culo, lo acariciaba, lo amasaba, parecía no querer soltarlo. Pero yo no me olvidaba de nuestra ‘audiencia’. Miguel se iba a llevar un buen espectáculo.
Desabroché el botón del pantalón de Quique y miré a la cámara con expresión pícara. Sonreí y bajé la cremallera. Metí mi mano, palpando el bulto que llevaba un rato notando a través de su pantalón, y puse cara de sorpresa para la cámara, abrí mucho los ojos y me llevé mi otra mano a la boca, en un gesto claramente exagerado, ya que lo que había palpado tenía buena pinta, pero tampoco parecía desmesurado. Pero todo valía por el espectáculo. Maniobré con su pantalón, dejándolo caer sobre sus rodillas. Ahora su bóxer dejaba mucho más claro que Quique se alegraba, y mucho, de verme. Agarré la tela de su bóxer y tiré hacia abajo, liberando esa polla que nunca pensé que sería para mí. Mirando a la cámara, dije:
- ¡Vaya, vaya! Miguel, no me habías contado el pollón que tiene tu hermano…
Y sin esperar ni un segundo más, me incliné hasta que mi boca estaba a la altura de su polla y empecé a lamérsela. Tenía la puntita de su polla sobre mis labios, mi lengua recorriendo su glande, y Quique movió su cadera hacia delante para que dejara de lamérsela, quería que me la metiera en la boca. Le hice caso y empecé a metérmela en la boca más o menos hasta la mitad, ayudándome de mi mano, que hacía el movimiento al mismo tiempo que mi boca para que pareciera que me estaba penetrando la boquita mucho más hondo de lo que lo hacía en realidad. Quique colocó sus manos sobre mi cabeza, intentando que me la metiera entera en la boca. Decidí complacerle. A Miguel nunca le había dejado que me ‘obligara’ a metérmela hasta la garganta y quería que su hermano pudiera hacerme todo lo que Miguel no había podido cuando estábamos juntos.
Quique parecía estar disfrutando de lo lindo. Cuando dejé de mover mi boca sobre su polla, me miró desconcertado. Me saqué su polla de la boca para poder hablar.
- ¿No quieres follarme? –le pregunté.
- Joder… ¡claro que sí! –me respondió, muy entusiastamente.
Me quité con rapidez el tanga mientras veía cómo él se deshacía de su pantalón y su bóxer, y me coloqué a cuatro patitas en paralelo con la cámara, para que cuando Miguel nos viera, pudiera ver bien cómo se movían mis pechos con las embestidas de su hermano pequeño. Cuando lo hacíamos, era lo que más cachondo le ponía, ver cómo botaban mis pechos.
Quique, al verme así, se colocó rápidamente detrás de mí. Me colocó la polla en la entrada de mi coñito, pero le pedí que parase.
- Quiero que primero me lo prepares con tu lengua.
Dicho y hecho. Sin esperar un segundo, empezó a pasar su lengua deliciosamente por mi coñito, acariciando mi clítoris con su lengua, separando los labios de mi coñito con su lengua, haciendo movimientos rápidos y certeros. Yo quería mantener el control, seguir con el espectáculo, pero Quique no me lo estaba poniendo fácil.
- Mmmmmm, síiii, Quique, sigueeee… sigueeee… ¡Qué placer!
Él no respondió, se limitó a seguir lamiendo mi coñito. Me metió uno de sus dedos y la sensación era increíble. Yo me retorcía de placer.
- Quique, estoy a punto…
Paró un segundo y me dijo:
- Córrete en mi boca.
- ¡Aaaaahhh! Síiiiii…
Y en su boca me corrí. ¡Qué boca tenía! ¡Qué labios, qué lengua! ¿Quién habría pensado que el pequeño Quique cuando creciera haría estas cosas tan bien? Yo estaba a cuatro patas, exhausta, intentando recuperarme del orgasmo que me acababa de provocar con su lengua y su dedo, cuando me colocó su polla a la entrada de mi coñito y de un golpe, sin piedad, me la metió hasta el fondo.
- Aaaammmmm, síiii… ¿Te gusta? ¿Eh? ¿Te está gustando follarte a la novia de tu hermano?
Se agarró a mis caderas y empezó a bombear con fuerza, embestidas precisas que hacían que me resultara difícil mantener el equilibrio.
- Claro que sí, ¡que se joda mi hermano! Miguelito, no sabes lo que te estás perdiendo –dijo mirando a la cámara-, ¡tu novia está siendo más guarra que nunca!
No dejaba de follarme a un ritmo rápido y fuerte, sus manos estaban agarradas a mis caderas como si de ello dependiera su vida, yo sentía su polla caliente taladrar mi coñito. Me tenía muy sensible por el orgasmo de antes, mis músculos se contraían de anticipación por la descarga que sabían que se iba a producir.
Quique puso una de sus manos sobre mi cabeza y me empujó ligeramente para que dejara de apoyarme sobre mis manos y lo hiciera sobre mi cara. Lo hice, mirando directamente a la cámara.
En esa postura, no perdíamos el equilibrio si él me daba más duro, así que es lo que hizo. Empezó a aumentar el ritmo de una forma que yo no pensé que fuera posible. La fricción con su polla estaba haciendo que todo mi cuerpo estuviera hipersensible a cualquier contacto. De pronto, hizo algo que me volvió completamente loca. Acarició mi culito con su dedo corazón y me metió una falange, moviendo su dedo en círculos. Sentir su dedo dentro de mi culito provocó que yo dejara salir el orgasmo que se había ido construyendo en mi interior. Cuando me corro soy muy escandalosa, y ese día lo fui más de lo normal, ya que teníamos un espectador.
Mientras yo me corría, Quique seguía bombeando. ¡Parecía no tener fin! Cuando vio que yo ya me había relajado después de mi segundo orgasmo, me dijo en tono burlón:
- Yo también quiero…
La verdad es que se había portado muy bien, así que decidí darle un premio. Llevé mi mano a su cadera y le hice un gesto para que dejara de moverse. Me moví hacia delante, sintiendo como su polla salía de mi interior. Me giré rápidamente y con gestos le pedí que se levantara, que se pusiera de pie sobre la cama.
Cuando lo hizo, yo me quedé de rodillas delante de él. Le miré con cara de viciosa y agarré su polla. Le estaba haciendo una paja y, de vez en cuando, me la metía en la boca. Sentía que, poco a poco, se iba acercando al orgasmo. Tenía las rodillas un poco dobladas, imagino que la postura no era la más cómoda, pero no se quejó. Seguí pajeándole con determinación, sin parar, deprisa, con fuerza. Su polla empezó a estremecerse entre mis manos y abrí la boca. Saqué la lengua para recoger su leche cuando saliera, no quería desperdiciar ni una gota. El primer chorro cayó directamente en mi lengua. El segundo y el tercero, en mi frente y en mi mejilla. Los dos últimos, más débiles, cayeron sobre mis pechos.
Jugueteé con la leche que había caído sobre mi lengua, mirándole a los ojos, poniendo cara de guarrilla viciosa. Quique estaba jadeando, con los ojos muy abiertos y una cara de no creerse lo que le estaba pasando. Me giré hacia la cámara, apreté mis pechos con mis brazos y dejé caer el semen de Quique sobre mis pechos. Una vez que tenía la boca libre para poder hablar, dije:
- ¿Te ha gustado, Miguel? –y repartí el semen que había caído, acariciando mis pechos.
Quique se arrodilló a mi lado, mirándome con la boca abierta. Le empujé de forma juguetona para que se tumbara sobre la cama y se dejó caer, haciendo un ruido gracioso, como si fuera un globo desinflándose.
Me levanté, me acerqué lentamente a la cámara y le lancé un último beso a Miguel justo antes de apagarla.
Quique me ayudó a enviarle la grabación a su hermano por correo, creo que no se atrevía a hacerlo en persona. Quedamos un par de veces más, aunque, como mi motivación principal para acostarme con él había sido la venganza, no disfruté tanto como esa primera vez. Pero el chico se había portado bien y me había ayudado a vengarme de su hermano, así que le di el gustazo de hacer conmigo lo que quisiera. Quizá algún día os lo cuente, su fantasía era metérmela por el culito, y no quise dejarle con las ganas…
Me tiré de cabeza y empecé a nadar. Me gusta mucho nadar, sentir cómo mis músculos se estiran y se contraen, la precisión de mis movimientos, la paz que siento al estar dentro del agua, yo sola, completamente aislada del mundo. Me gusta nadar rápido, esforzándome en cada brazada. Estuve un buen rato dentro del agua, ejercitando todo mi cuerpo. Salí por las escaleras, crucé un par de palabras con el socorrista, me tumbé en mi toalla para secarme y cerré los ojos para disfrutar de la calma que había en esos momentos.
Al cabo de un par de minutos, alguien se acercó a mí, quitándome el poco sol que quedaba ya a esas horas. Abrí los ojos y miré al chico que se me había acercado. No le conocía. Tampoco le había visto cuando me había metido en la piscina. Le miré con desconfianza.
- ¿Sí? –le pregunté.
- ¡Hola! ¿Te acuerdas de mí? –me preguntó, sentándose en el césped a mi lado.
- Pues la verdad es que ahora no caigo… -le contesté, lo más educadamente posible, aunque no me hacía ninguna gracia que viniera a darme el coñazo con lo tranquila que yo estaba.
- Soy Quique, el hermano de Miguel… salíais juntos hace unos años –me explicó, y mientras lo hacía no dejaba de repasarme con la mirada.
Me incomodó enormemente. Primero, porque estaba claramente invadiendo mi espacio personal sentándose tan cerca y mirándome de esa forma. Y segundo, porque no me apetecía tener que hablar con el hermano de un antiguo novio al que hacía años que no veía. Me levanté tapándome con la toalla, para evitar al menos su indiscreta mirada, y me pasé el vestido por la cabeza. Normalmente, me gusta secarme al sol y con tiempo, pero prefería irme a casa y no tener que aguantar al pelmazo de Quique.
- Ah, sí, ahora caigo… No te recordaba, la verdad… -le fui diciendo mientras recogía mis cosas-. A ver si nos vemos otro día por aquí, que yo ya me voy a casa…
- ¿Te vas? Vivías en el número 15, ¿verdad? –se levantó-. Yo también voy a ese portal, te acompaño.
En ese momento, al ver sus gestos demasiado complacientes, realmente me acordé de él. Era el típico hermano pequeño pesado, unos 5 ó 6 años menor que Miguel, que se pasaba los días siguiéndonos a su hermano y a mí allá donde fuéramos. Le lancé una sonrisa dudosa, no quería ser maleducada, pero no me apetecía nada tener que aguantarle.
Mientras nos dirigíamos a mi portal, él no paraba de hablar. Yo andaba muy deprisa, quería que esta tortura se acabase lo antes posible. Llegamos a mi portal y abrí rápidamente la puerta. Entró conmigo, parloteando felizmente. Decidí que lo mejor sería cortar por lo sano para que la cosa no se alargara más de la cuenta.
- Quique, perdona que te interrumpa, pero vas a tener que contármelo otro día, ahora tengo algo de prisa… -empecé a alejarme hacia el ascensor, pero me siguió.
- ¡No te preocupes! Pero espera, no te vayas tan rápido, por favor, dame dos besos y otro día seguimos hablando… -me contestó.
Me acerqué a él, cada vez con más ganas de escapar de esa situación tan incómoda. Cuando fui a darle dos besos, él acercó su boca a la mía y, sin que yo pudiera evitarlo, intentó darme un beso con lengua. Sentía su lengua pasando por mis labios y los cerré con fuerza mientras intentaba apartarle de mí con mis manos, pero él se había acercado mucho a mí, pegando su cuerpo al mío y me agarraba fuerte del culo, sin importarle mis esfuerzos por apartarme de él.
Con mucho esfuerzo, conseguí apartar mi cara y le grité:
- Pero ¿¿qué haces?? ¿¿Estás tonto o qué?? ¡Suéltame!
Se me quedó mirando, sorprendido, y apartó su cara de la mía, pero no retiró sus manos. Así que tuve que obligarle a que me soltara.
- Carlota, perdóname… No sé qué me ha pasado, yo… -se disculpó, torpemente.
- Pues yo creo que está muy claro lo que ha pasado. ¿Quién te has creído para sobarme como lo has hecho? A ti se te va la cabeza, tío… -empecé a alejarme de él de nuevo, dirigiéndome hacia el ascensor.
- Perdóname, Carlota, ¡por favor! Pero yo… parecía que te movías tan bien en la cama que yo… -según dijo eso, me di la vuelta y le miré, mientras terminaba la frase- que yo quería comprobarlo…
- ¿¿Qué has dicho?? –le estaba gritando, me extrañaba que ningún vecino se asomara a ver qué es lo que sucedía.
- Que quería comprobar si eras tan buena en la cama como parecías en los vídeos… -me dijo, ahora con más descaro. Estaba claro que yo no tenía ni idea de lo que me estaba contando, y al notar mi interés, Quique perdió de vista rápidamente sus remordimientos-. No sabes de qué te hablo, ¿no?
Negué con la cabeza, muda. No sabía qué pensar. Por un lado, me parecía imposible que lo que decía fuera verdad, porque yo nunca me había grabado practicando sexo. Pero por otra parte, parecía que lo decía con mucha seguridad. Me debatía entre marcharme de una vez, dejarle allí y olvidarme del tema, y quedarme y averiguar a qué se refería.
- Si no los has visto nunca, puedo enseñártelos… -ofreció.
Le miré con incredulidad.
- Dime cuál es tu piso, voy a casa a recogerlos y te los enseño. ¡Tardaré sólo un minuto! –añadió.
Yo seguía dudando, pero decidí que era mejor averiguar a qué se refería ese mocoso.
- Es el 4ºA. Pero te advierto, Quique, que si todo esto es una broma de tu hermano, no me está haciendo ninguna gracia… -le dije.
- Mi hermano no sabe que iba a venir a verte. ¡Ahora nos vemos! –me contestó. Y salió corriendo, sin esperar a que le dijera nada más.
Me había dejado intrigada. Subí a casa andando, lentamente, para intentar descifrar de qué iba todo esto. Entré en casa aún pensativa y cogí una botella de agua fría de la nevera. Estaba sedienta de estar tanto tiempo al sol. Tendí la toalla en la barandilla de la terraza. Antes de que me diera tiempo a cambiarme, llamaron al timbre. Me acerqué y observé por la mirilla, comprobando que Quique estaba ante mi puerta, doblado sobre sí mismo, las manos apoyadas en las rodillas. Parecía que había ido a su casa y subido las escaleras corriendo a toda velocidad.
Abrí la puerta y le dejé pasar con algo de reticencia. No me hacía ninguna gracia tenerle en mi casa, pero supuse que si quería averiguar qué es lo que estaba pasando, tendría que aguantarle un rato más.
Entró al salón y buscó algo con su mirada. Encontró mi reproductor de DVD y puso unos CDs sobre él. Escogió uno y lo colocó dentro del reproductor. Yo encendí la tele, para poder verlo allí, y Quique le dio al play. No habíamos hablado, yo quería primero saber a qué se refería para poder saber a qué atenerme.
Apareció una imagen en la pantalla, parecía una habitación en penumbra. Yo no sabía si tenía sonido o no, porque no se escuchaba nada. Miré a Quique con incertidumbre, pensé que igual me había dicho eso para subir a mi casa. Al ver cómo le estaba mirando, me dijo:
- Espera un segundo, ahora sales.
Y efectivamente. Allí estaba. En aquella época, tendría 18 ó 19 años, los mismos que debía tener Quique ahora. Verme en esa pantalla supuso una sorpresa para mí. En la imagen, aparecíamos Miguel y yo, abrazados, entrando en su habitación, besándonos, metiéndonos mano. Yo miraba con incredulidad. No podía creerme esta situación. Miré los CDs que Quique había traído. ¡Había por lo menos 10!
Sin prestar atención a las imágenes, le pregunté:
- ¿¿Aparezco en todos esos CDs??
- ¡Claro! Ya te lo dije… sales fenomenal… -me contestó, sin dejar de mirar a la pantalla mientras hablaba, aunque ya había quedado claro que había visto esas imágenes con anterioridad.
Apagué la televisión sin esperar más, ya que en la imagen Miguel me había quitado la camisa y se dirigía hacia mi falda. No quería tener que verlo con Quique allí delante.
- Quiero los CDs. Ah, y, por cierto… ¿Se puede saber por qué hiciste estos vídeos? ¡¿Es que no sabes lo que es la intimidad?!
Se echó a reír mientras recogía los CDs y me los entregaba.
- Quédatelos, tengo copias –dijo, guiñándome un ojo-, y yo no los grabé. Fue Miguel, claro.
Me quedé de piedra. ¿Miguel? ¿Cómo podía haberme hecho algo así? Yo no podía creérmelo. Hacía tres o cuatro años desde que lo habíamos dejado, había sido una ruptura dolorosa pero yo no le reprochaba nada, hasta ese momento. Simplemente, empezamos a llevar vidas distintas y nos alejamos. Pero nunca pensé que fuera capaz de grabarnos mientras lo hacíamos y que, encima, le diera una copia de esas grabaciones a su hermano pequeño.
- ¿Y cómo han llegado estos vídeos a tus manos? –le pregunté, indignada.
- Miguel los puso un día que vinieron sus amigos a casa y como vio que me gustó tu estilo, me dejó hacerme unas copias.
- ¿¿¿Cómo??? Tienes que estar tomándome el pelo… ¿Me estás diciendo que Miguel les puso a sus amigos unos vídeos que grabó a mis espaldas? ¡¿Unos vídeos en los que salimos enrollándonos?! ¡Y encima se los enseñó a sus amigos!
- Sí, básicamente es así como sucedió. Aunque no fue sólo una vez.
- ¿¿Qué??
- Que lo ha hecho varias veces. Al menos, estando yo. No sé si se los habrá enseñado a más gente cuando yo no estaba, la verdad…
Esto no podía estar pasándome a mí. No me lo podía creer. ¡Será gilipollas! Se iba a enterar, cuando me cruzara con él iba a saber que conmigo no se jugaba… Mientras, su hermano seguía mirándome el cuerpo sin disimulo.
- Y tú, ¿se puede saber qué coño miras?
- Joder, es que después de verte tantas veces en mi ordenador y hacerme mil pajas a tu salud, tenerte ahora aquí delante es como si estuviera hablando con una actriz porno… ¡Eres una fantasía hecha realidad! Si mi hermano se entera, me mata…
- ¿Y eso? ¿Por qué iba a matarte, si él mismo te dio los CDs? –le pregunté, con curiosidad. Este asunto me tenía completamente descolocada.
- Porque una cosa es que me haga una paja viendo un vídeo de hace mil años, y otra es que esté aquí contigo, en persona, y encima que te lo cuente. Yo lo que creo es que mi hermano sigue colado por ti y, claro, si se entera de que tú lo sabes y te has enfadado con él por mi culpa, pues…
Me quedé pensativa un segundo antes de contestarle.
- ¿Sabes, Quique? Me acabas de dar una idea. Voy a necesitar tu ayuda –le dije con una sonrisa de determinación-, le vamos a preparar un regalito a tu hermano.
Me sonrió aún más abiertamente, encantado de que quisiera contar con él. Había encontrado un aliado en quien menos me lo esperaba. Le expliqué lo que quería hacer y su cara reflejó sorpresa primero, y excitación después. Se fue a su casa y me dijo que no tardaría nada en volver con todo preparado.
Yo me di una ducha, me puse un conjunto de ropa interior de encaje, de color negro transparente, muy provocativo y con mucho escote, me recogí el pelo en una coleta alta y me maquillé un poco, no demasiado.
Al poco rato, volvió Quique, había ido a su casa a coger una cámara de vídeo de alta definición. Si iba a hacer esto, quería hacerlo bien. Al entrar en mi casa y verme, los ojos parecía que se le iban a salir de las órbitas. No dejaba de murmurar cosas ininteligibles y de sonreír de oreja a oreja.
Colocamos la cámara encima de un trípode enfrente de mi cama y Quique comprobó que cogiera un buen plano. Yo me puse en la cama, de rodillas, mirando a la cámara muy seria, apretando mis pechos con mis brazos para que llamaran más la atención.
- ¿Preparada? –me preguntó Quique, guiñándome un ojo. Supongo que esta tarde, cuando se había acercado a mí, ni se imaginaba que podría verse envuelto en esta situación.
No pronuncié ni una palabra, simplemente asentí con la cabeza y él comenzó a grabar.
- ¡Hola Miguel! –empecé, fingiendo alegría por dirigirme a él- ¿Te acuerdas de mí? Soy Carlota, salimos juntos una temporada… ¡Qué buenos recuerdos tengo de esa época! Y me he enterado de que tú también tienes buenos recuerdos… Bueno, no sé si cuando están grabados en vídeo también se les puede llamar recuerdos… -seguía sonriendo a la cámara, fingiendo no estar enfadada, pero creo que ahora mi fachada estaba empezando a derrumbarse, así que decidí terminar rápido con mi discurso- Por eso, he decidido grabarte un nuevo vídeo, esta vez siendo consciente de lo que hago, no como cuando salíamos juntos… -le guiñé el ojo- ¿A que no sabes quién ha venido a verme?
Le hice un gesto con la mano a Quique para que dejara de controlar la cámara y viniera conmigo a la cama. Se acercó a mí, me agarró con fuerza del culo con una mano, me dio un beso con lengua, miró a la cámara y dijo:
- ¡Hola hermanito! ¡Gracias por hacer posible esta fantasía!
- Olvídate de la cámara y ven aquí –le dije, agarrando su camiseta y sacándosela por la cabeza. La verdad es que no estaba tan mal el mocoso. Aunque yo al principio le viera sólo como el hermano pequeño de Miguel, ahora ya empezaba a apreciar que, lógicamente, desde que no le veía, había crecido bastante. Tenía un cuerpo delgado pero fibroso. Y unas manos que no se separaban de mi culo, lo acariciaba, lo amasaba, parecía no querer soltarlo. Pero yo no me olvidaba de nuestra ‘audiencia’. Miguel se iba a llevar un buen espectáculo.
Desabroché el botón del pantalón de Quique y miré a la cámara con expresión pícara. Sonreí y bajé la cremallera. Metí mi mano, palpando el bulto que llevaba un rato notando a través de su pantalón, y puse cara de sorpresa para la cámara, abrí mucho los ojos y me llevé mi otra mano a la boca, en un gesto claramente exagerado, ya que lo que había palpado tenía buena pinta, pero tampoco parecía desmesurado. Pero todo valía por el espectáculo. Maniobré con su pantalón, dejándolo caer sobre sus rodillas. Ahora su bóxer dejaba mucho más claro que Quique se alegraba, y mucho, de verme. Agarré la tela de su bóxer y tiré hacia abajo, liberando esa polla que nunca pensé que sería para mí. Mirando a la cámara, dije:
- ¡Vaya, vaya! Miguel, no me habías contado el pollón que tiene tu hermano…
Y sin esperar ni un segundo más, me incliné hasta que mi boca estaba a la altura de su polla y empecé a lamérsela. Tenía la puntita de su polla sobre mis labios, mi lengua recorriendo su glande, y Quique movió su cadera hacia delante para que dejara de lamérsela, quería que me la metiera en la boca. Le hice caso y empecé a metérmela en la boca más o menos hasta la mitad, ayudándome de mi mano, que hacía el movimiento al mismo tiempo que mi boca para que pareciera que me estaba penetrando la boquita mucho más hondo de lo que lo hacía en realidad. Quique colocó sus manos sobre mi cabeza, intentando que me la metiera entera en la boca. Decidí complacerle. A Miguel nunca le había dejado que me ‘obligara’ a metérmela hasta la garganta y quería que su hermano pudiera hacerme todo lo que Miguel no había podido cuando estábamos juntos.
Quique parecía estar disfrutando de lo lindo. Cuando dejé de mover mi boca sobre su polla, me miró desconcertado. Me saqué su polla de la boca para poder hablar.
- ¿No quieres follarme? –le pregunté.
- Joder… ¡claro que sí! –me respondió, muy entusiastamente.
Me quité con rapidez el tanga mientras veía cómo él se deshacía de su pantalón y su bóxer, y me coloqué a cuatro patitas en paralelo con la cámara, para que cuando Miguel nos viera, pudiera ver bien cómo se movían mis pechos con las embestidas de su hermano pequeño. Cuando lo hacíamos, era lo que más cachondo le ponía, ver cómo botaban mis pechos.
Quique, al verme así, se colocó rápidamente detrás de mí. Me colocó la polla en la entrada de mi coñito, pero le pedí que parase.
- Quiero que primero me lo prepares con tu lengua.
Dicho y hecho. Sin esperar un segundo, empezó a pasar su lengua deliciosamente por mi coñito, acariciando mi clítoris con su lengua, separando los labios de mi coñito con su lengua, haciendo movimientos rápidos y certeros. Yo quería mantener el control, seguir con el espectáculo, pero Quique no me lo estaba poniendo fácil.
- Mmmmmm, síiii, Quique, sigueeee… sigueeee… ¡Qué placer!
Él no respondió, se limitó a seguir lamiendo mi coñito. Me metió uno de sus dedos y la sensación era increíble. Yo me retorcía de placer.
- Quique, estoy a punto…
Paró un segundo y me dijo:
- Córrete en mi boca.
- ¡Aaaaahhh! Síiiiii…
Y en su boca me corrí. ¡Qué boca tenía! ¡Qué labios, qué lengua! ¿Quién habría pensado que el pequeño Quique cuando creciera haría estas cosas tan bien? Yo estaba a cuatro patas, exhausta, intentando recuperarme del orgasmo que me acababa de provocar con su lengua y su dedo, cuando me colocó su polla a la entrada de mi coñito y de un golpe, sin piedad, me la metió hasta el fondo.
- Aaaammmmm, síiii… ¿Te gusta? ¿Eh? ¿Te está gustando follarte a la novia de tu hermano?
Se agarró a mis caderas y empezó a bombear con fuerza, embestidas precisas que hacían que me resultara difícil mantener el equilibrio.
- Claro que sí, ¡que se joda mi hermano! Miguelito, no sabes lo que te estás perdiendo –dijo mirando a la cámara-, ¡tu novia está siendo más guarra que nunca!
No dejaba de follarme a un ritmo rápido y fuerte, sus manos estaban agarradas a mis caderas como si de ello dependiera su vida, yo sentía su polla caliente taladrar mi coñito. Me tenía muy sensible por el orgasmo de antes, mis músculos se contraían de anticipación por la descarga que sabían que se iba a producir.
Quique puso una de sus manos sobre mi cabeza y me empujó ligeramente para que dejara de apoyarme sobre mis manos y lo hiciera sobre mi cara. Lo hice, mirando directamente a la cámara.
En esa postura, no perdíamos el equilibrio si él me daba más duro, así que es lo que hizo. Empezó a aumentar el ritmo de una forma que yo no pensé que fuera posible. La fricción con su polla estaba haciendo que todo mi cuerpo estuviera hipersensible a cualquier contacto. De pronto, hizo algo que me volvió completamente loca. Acarició mi culito con su dedo corazón y me metió una falange, moviendo su dedo en círculos. Sentir su dedo dentro de mi culito provocó que yo dejara salir el orgasmo que se había ido construyendo en mi interior. Cuando me corro soy muy escandalosa, y ese día lo fui más de lo normal, ya que teníamos un espectador.
Mientras yo me corría, Quique seguía bombeando. ¡Parecía no tener fin! Cuando vio que yo ya me había relajado después de mi segundo orgasmo, me dijo en tono burlón:
- Yo también quiero…
La verdad es que se había portado muy bien, así que decidí darle un premio. Llevé mi mano a su cadera y le hice un gesto para que dejara de moverse. Me moví hacia delante, sintiendo como su polla salía de mi interior. Me giré rápidamente y con gestos le pedí que se levantara, que se pusiera de pie sobre la cama.
Cuando lo hizo, yo me quedé de rodillas delante de él. Le miré con cara de viciosa y agarré su polla. Le estaba haciendo una paja y, de vez en cuando, me la metía en la boca. Sentía que, poco a poco, se iba acercando al orgasmo. Tenía las rodillas un poco dobladas, imagino que la postura no era la más cómoda, pero no se quejó. Seguí pajeándole con determinación, sin parar, deprisa, con fuerza. Su polla empezó a estremecerse entre mis manos y abrí la boca. Saqué la lengua para recoger su leche cuando saliera, no quería desperdiciar ni una gota. El primer chorro cayó directamente en mi lengua. El segundo y el tercero, en mi frente y en mi mejilla. Los dos últimos, más débiles, cayeron sobre mis pechos.
Jugueteé con la leche que había caído sobre mi lengua, mirándole a los ojos, poniendo cara de guarrilla viciosa. Quique estaba jadeando, con los ojos muy abiertos y una cara de no creerse lo que le estaba pasando. Me giré hacia la cámara, apreté mis pechos con mis brazos y dejé caer el semen de Quique sobre mis pechos. Una vez que tenía la boca libre para poder hablar, dije:
- ¿Te ha gustado, Miguel? –y repartí el semen que había caído, acariciando mis pechos.
Quique se arrodilló a mi lado, mirándome con la boca abierta. Le empujé de forma juguetona para que se tumbara sobre la cama y se dejó caer, haciendo un ruido gracioso, como si fuera un globo desinflándose.
Me levanté, me acerqué lentamente a la cámara y le lancé un último beso a Miguel justo antes de apagarla.
Quique me ayudó a enviarle la grabación a su hermano por correo, creo que no se atrevía a hacerlo en persona. Quedamos un par de veces más, aunque, como mi motivación principal para acostarme con él había sido la venganza, no disfruté tanto como esa primera vez. Pero el chico se había portado bien y me había ayudado a vengarme de su hermano, así que le di el gustazo de hacer conmigo lo que quisiera. Quizá algún día os lo cuente, su fantasía era metérmela por el culito, y no quise dejarle con las ganas…
domingo, 7 de octubre de 2018
Pablo, mi mejor alumno
Estaba siendo uno de los veranos más calurosos que se recordaban. Imagino que con tanto calor no podía pensar bien y por eso pasó lo que pasó…
Mi nombre es Carlota y soy profesora de inglés. Normalmente, doy clases en un instituto pero durante el verano doy clases particulares en mi casa. Por desgracia, este verano se me ha estropeado el aire acondicionado, por lo que este año las clases se estaban convirtiendo en una tortura para mí y supongo que también para mis alumnos, aunque ellos nos se quejaran demasiado.
Al principio, yo intentaba vestirme como siempre lo había hecho para las clases, con ropa formal, para crear esa distancia entre profesor (en este caso, profesora) y alumno tan necesaria en algunos casos.
Pero con el problema del aire acondicionado me resultaba cada día más difícil… hasta que llegó un momento en el que cedí debido a las circunstancias y empecé a usar ropa más fresquita y más cómoda para soportar el terrible calor que nos asolaba. Vestidos de piscina, faldas cortas e informales con camisetas de tirantes… cualquier profesor (y, sobre todo, profesora) os puede decir que es una idea espantosa aparecer como una mujer ante tus alumnos, porque pueden empezar a distraerse y pueden hacerse una idea que no es… Todo esto está muy bien en teoría, pero en la práctica… las temperaturas rondaban los 40º y estar sin aire acondicionado estaba haciendo que me pasara las clases más distraída por el sufrimiento que el calor me provocaba que por la clase en sí, así que decidí no darle más importancia a mi indumentaria y centrarme en mis alumnos.
Ese jueves fue especialmente insoportable, estábamos en medio de una ola de calor y todo el país tenía activadas las alertas por las altas temperaturas. Así que cuando fui a vestirme ese día antes de que llegara mi único alumno de los jueves, elegí una túnica muy vaporosa, de color rojo pasión. Me miré en el espejo de la entrada y decidí que podría usarla para dar la clase, la túnica no era demasiado corta, por encima de la rodilla, y tampoco tenía escote, por lo que me pareció bastante apropiada para dar clase ese día de tanto calor. Me puse un tanga de color negro, bastante pequeñito y decidí pasar del sujetador, ya que al no ser la túnica ajustada, no se notaría que no lo llevaba.
Me gustaba mirarme en el espejo de la entrada porque era un espejo de cuerpo entero y era donde mejor podía apreciar cómo me quedaba la ropa. Lo malo que tenía esa estancia era que tenía muy poca luz natural, pero no le di mayor importancia.
En ese momento, las 12 de la mañana, sonó el timbre del portal. Abrí directamente, ya que era la hora de la clase y supuse que sería mi alumno. Un par de minutos después llamaron al timbre de casa, así que fui a abrir.
- Buenos días Pablo, ¿qué tal? –le pregunté-. Pasa, por favor.
- Buenos días, Carlota…
Lo cierto es que no me fijé mucho en él, porque aunque era un hombre bastante atractivo, era mi alumno, por lo que no le miraba como lo habría hecho si me lo hubiera cruzado por la calle, por ejemplo. Si me hubiera fijado, habría visto su mirada de extrañeza y cómo recorrió mi cuerpo con su mirada mientras yo avanzaba por el pasillo delante de él hasta llegar a la sala de estar, que era la estancia más luminosa y, lo más importante este verano, la más ‘fresquita’ (dentro de lo que cabe) de la casa.
Allí había una mesa no demasiado grande y varias sillas rodeadas de grandes ventanales. A mí me gustaba sentarme frente al alumno para resaltar esa distancia profesora-alumno de la que hablaba antes.
Una vez sentados, él sacó sus ejercicios de la semana anterior para que yo los corrigiera y yo le di unos cuantos más para que trabajara en ellos mientras yo corregía.
- Si te parece, empezamos con ejercicios y luego pasamos a la parte oral, ¿vale? –le dije.
- Sí, sí, como quieras…
Me resultó algo extraño que Pablo estuviera tan callado, porque normalmente intentaba sacar cualquier tipo de conversación, era muy extrovertido y le gustaba mucho hablar, ya fuera en inglés o en español. Teníamos más o menos la misma edad, ya que él estaba mejorando su nivel de inglés por motivos de trabajo, y normalmente la conversación fluía sin problemas, pero ese día le notaba algo pensativo. Lo achaqué al calor y no le di más importancia.
Mientras corregía, noté una ligera brisa entrar por las ventanas que estaban medio abiertas y mi cuerpo actuó antes de que mi mente pudiera impedirlo. Cerré los ojos de gusto, se me escapó un suspiro de satisfacción y me revolví ligeramente en la silla. ¡Era la primera brisa que sentía en toda la semana!
Al abrir los ojos, me encontré con que Pablo me estaba mirando fijamente, con una extraña sonrisa que no pude identificar…
- ¡Uy! ¡Perdona! Es que este calor me va a derretir… -me disculpé.
- No, no, no te preocupes… ¡Es normal! –me contestó-. Si quieres, abro un poco más esta ventana –dijo, levantándose para abrirla- y así nos llega un poco más de aire…
Seguimos trabajando pero yo tenía la sensación de que Pablo no estaba todo lo concentrado que debería en sus ejercicios, porque sentía que me miraba disimuladamente cuando yo no le estaba mirando.
- No te veo muy concentrado hoy… ¿Ocurre algo? ¿Prefieres que dejemos la clase para otro día?
- ¡No! No, quiero decir que… Que no hace falta, que… Estaba algo distraído, pero ahora ya me concentro…
- Está bien. A ver, espera, me pongo a tu lado si quieres y me cuentas cuál es el ejercicio que te está dando tantos problemas… -le dije, y me levanté para sentarme a su lado. Tenía que sentarme con las piernas abiertas porque la pata de la mesa me impedía sentarme normal, con lo que mi pierna rozaba la suya. Pero no me preocupé por ese detalle, porque ya llevaba unos meses dándole clases y sabía que no iba a molestarse por ello.
- A ver, enséñamelo… -le pedí. Y me puse a corregirle unos cuantos ejercicios, explicándole detalladamente todos los errores y dudas que había ido anotando. Supongo que estuve con la explicación durante unos diez minutos, porque quería que todo quedase claro, pero sentía que Pablo no me estaba prestando atención.
Le miré y me di cuenta de que estaba muy acalorado. Cuando me fijé más cuidadosamente, observé que miraba con disimulo hacia la pared que estaba detrás de la silla en la que había estado sentada hasta hace un par de minutos, así que hacia allí miré yo también. Y lo que vi me dejó horrorizada. Desde que me había sentado junto a él, había estado mirándome a través de un espejo que se encontraba justo enfrente de mí, por lo que al tener las piernas abiertas, había estado viendo el tanga negro diminuto que llevaba puesto. Además, al mirarme en el espejo, rodeada de ventanas por las que entraba la luz de sol, pude ver que se me transparentaban completamente los pezones, que con la brisa que había ido entrando estaban duritos y más oscuros, por lo que se me veían aún más. Cuando me había mirado antes en el espejo de la entrada, no había luz natural, así que no me había dado cuenta de que se me transparentaba todo…
Me ruboricé profundamente y nuestra mirada se cruzó en el espejo. Ahora podía entender su extraña sonrisita de antes… ¡Qué vergüenza! De forma instintiva, crucé mis brazos sobre mis pechos para que al menos dejara de verlos e intenté levantarme para cerrar las piernas, pero perdí ligeramente el equilibrio y él me sujetó. Seguía sosteniendo mi mirada en el espejo y me dijo:
- No te tapes, así estás guapísima…
Se levantó y se puso detrás de mí. Se inclinó para coger mis manos y las retiró lentamente de mis pechos para poner las suyas justo debajo de ellos. Al hacer eso, la túnica se pegó a mi cuerpo, lo que hizo que mis pechos se vieran perfectamente mientras Pablo empezaba a acariciarlos por encima de la traicionera tela.
- ¿Sabes? –me dijo-. Llevo deseando hacer esto desde hace demasiado tiempo… Pero siempre ibas con ropa muy formal, muy tapada, y pensé que sería imposible… -me dijo mientras seguía acariciando mis pechos, ahora con pequeños pellizquitos en mis pezones que hacían que me pusiera a mil-, pero hoy, cuando he entrado, ahí estabas… medio desnuda para mí… provocándome mientras me traías hasta aquí, contoneando ese culito enmarcado por ese tanga que estoy deseando arrancarte a mordiscos…
Estaba muy excitada por lo que me estaba diciendo mientras lo veía todo en el espejo, parecía que se redoblaban las sensaciones al verlas y sentirlas al mismo tiempo… Pero también estaba escandalizada con lo que estaba sucediendo, él era mi alumno y esta no era la relación que se suponía que teníamos que tener…
- Pablo, esto… esto no está bien… Perdóname, ha sido culpa mía… No sabía que se transparentaba… -balbuceaba, intentando disculparme, pero él no me daba tregua, seguía acariciándome y yo, aunque le estuviera diciendo que parara, era lo último que quería. Mis manos revoloteaban alrededor de las suyas, sin saber qué hacer con ellas.
Pablo cogió mi mano izquierda y la llevó a mi pecho.
- Ssshhh… Acaríciate el pezón, no dejes de acariciarlo… -me dijo, y yo le hice caso.
Cogió mi mano derecha y la llevó a mi boca, doblando mis dedos para que mi dedo índice y mi dedo corazón entraran en mi boca.
- Chupa, humedécelos bien…
Hice lo que me pedía sin pensarlo, aunque una vocecita en mi cabeza me decía que esto estaba mal… que tenía que parar en ese mismo instante… Obviamente, ignoré esa molesta vocecita.
Humedecí mis propios dedos mirándome en el espejo y lo hice de forma más sensual porque el espectáculo no era para mí, era sobre todo para Pablo… Cuando los saqué de mi boca, él volvió a coger mi mano y la dirigió a mis muslos. Fue pasando mis dedos por mis muslos, arrastrando mi túnica hasta que ésta se quedó enredada a la altura de mis caderas. En esa posición, ambos podíamos ver claramente mi tanguita negro en el espejo y, para mi vergüenza, se apreciaba con claridad que estaba mojado.
- Joder, con la imagen de seria que intentas dar y en realidad estás cachonda perdida…
Sabía que no debía continuar con esta situación, que debía detenerle y continuar con la clase, pero… Me sentía realmente excitada y Pablo estaba bastante bien. Los dos éramos adultos, sin compromiso (hace un par de semanas, me había contado que no salía con nadie) y estaba claro que nos gustábamos.
Me levanté y me puse frente a él, pegando mis labios a los suyos sin darle tiempo a protestar. Respondió a mi beso con pasión y empecé a tironear de su camiseta, intentando levantarla para que se la quitara. Nos separamos un segundo mientras se la quitaba por la cabeza. Seguimos besándonos y tocándonos con impaciencia. Mis manos pasaban de su nuca a su espalda, acariciaban sus brazos, bajaban a su culo. Las suyas se habían hecho dueñas de mi culo desde el principio y me lo masajeaba sin parar. Tiró de mi túnica para poder tocarme el culo sin tener una tela de por medio. Seguimos magreándonos como dos adolescentes un rato y era terriblemente excitante.
Sin apartar mi cuerpo del suyo, empecé a dirigirle hacia el sofá, porque quería que nos tumbásemos. Al darse cuenta de mis intenciones, se deshizo de sus chanclas por el camino y yo hice lo mismo. Agarró mi túnica y me la sacó por la cabeza con un movimiento fluido. Me quedé un poco sorprendida, la única prenda que llevaba puesta era mi tanga negro y me entró un acceso de vergüenza, intenté taparme los pechos con las manos, pero Pablo no me dejó. Inclinó ligeramente su cuerpo, acercó su boca a mi pecho izquierdo y comenzó a hacer círculos con la lengua a su alrededor. Su mano acariciaba mi pubis por encima del tanga, alcanzando mi botoncito del placer, haciendo que me estremeciera al sentir sus caricias en esas partes tan sensibles de mi anatomía. Agarró mi pezón con sus labios e hizo un movimiento de succión que hizo que tuviera que coger aire de pronto.
- La de horas que podríamos haber estado divirtiéndonos, Carlota, en vez de hablar inglés… -me dijo, cogiéndome en brazos, pasando un brazo por debajo de mis rodillas y el otro sujetándome por la espalda.
Me dejó sobre el sofá y se desabrochó el pantalón y lo dejó caer, sacando sus piernas con rapidez y dejándolo allí abandonado. Ahora estábamos los dos solamente con una prenda de ropa interior. Se abalanzó sobre mí sin esperar ni un segundo y volvimos a besarnos, pero esta vez con una urgencia mayor. Acariciaba mis pezones con sus pulgares en un movimiento rítmico y se tumbó sobre mi cuerpo, rozando su polla contra mi coñito, haciendo que me mojase aún más. Hacía un movimiento como si me penetrara, y todo mi cuerpo gritaba en silencio por conseguir que su polla estuviera en mi interior.
Tiré de su bóxer hacia abajo para tener acceso a su polla. Conseguí bajárselo y que su polla asomara por fin. Mmmmmmm ¡Vaya polla tenía! Imagino que mi cara lo decía todo, porque se levantó y de un tirón se los bajó y los dejó allí tirados.
- Te toca a ti –me pidió.
Sin levantarme, me quité el tanga. Simplemente, levanté mi culito y lo deslicé por mis piernas.
- Joder, joder, ¡qué buenas estás! ¡Encima lo llevas depilado!
Sonreí al escuchar su expresión. Me pareció graciosa la forma en que lo expresaba. Abrí las piernas, tapé mi coñito con mis manos y, mordiéndome el labio inferior, le dije:
- ¿¿No te gusta??
- Joder, joder… ¡Claro que me gusta! Por favor, dime que tomas la píldora, por favor, por favor… ¡Que no tengo condones!
Le sonreí abiertamente, retiré mis manos de mi coñito y las llevé a mis pechos. Pellizqué mis pezones, que ya estaban bastante duros, y le dije:
- Claro que la tomo. Ahora ven aquí y dame esa pedazo de polla…
No me hizo esperar, se puso de pie junto a mi cuerpo, apoyó una rodilla sobre el sofá y puso su polla a la entrada de mi coñito. Yo estaba tan mojada que no necesitaba ningún preliminar más, y estaba claro por el estado de su polla que él tampoco.
Lento pero firme, me metió la polla hasta que ambos sentimos que había llegado al tope. Tenía toda su polla completamente dentro de mi cuerpo y yo me sentía en la gloria. Nos habíamos olvidado del calor, de la clase y de todo lo que nos rodeaba. Con la misma lentitud con que la había metido, ahora la sacó, pero no del todo, dejó la puntita dentro. Se quedó unos segundos así y de una estocada, volvió a metérmela hasta el fondo. Repitió la operación varias veces, haciendo que de mis labios se escaparan gemidos y algún gritito de placer.
Ambos estábamos muy cachondos, tanto por nuestros movimientos como por el ingrediente morboso de la situación. Sin esperar más, empezó a bombear y yo me agarré a sus hombros, poniéndole mis tetas en la cara. Sin dudarlo, agarró uno de mis pezones con sus labios y hacía un movimiento de succión mientras seguía bombeándome que me estaba volviendo loca.
- ¡Aaaaah! Sí, Pablo, no pares, sí, síiiii… Así, así, fuerte, fuerteeee…
- ¿Te gusta? ¿Eh? ¿Querías polla? Pues toma polla…
Cada vez me la metía con más fuerza, con más violencia, estábamos completamente desatados, nuestros cuerpos se habían acoplado perfectamente y sus movimientos me tenían al borde del orgasmo.
- Pablo… mmmme… aaayyyyy… creo que… que me voy a…
- Córrete para mí, Carlota, córreteeee…
Y exploté en un orgasmo largo e intenso que me dejó completamente laxa bajo su cuerpo. Yo sentía que él seguía moviéndose, sentía su polla súper dura dentro de mí, taladrándome todavía, y cuando, entre dientes, me dijo –Me voy a correr –mi cuerpo volvió a explotar en un segundo orgasmo más intenso que el anterior.
Él salió de mi interior y se dejó caer junto a mí en el sofá. Y allí nos quedamos unos minutos. Sin hablar. Sin movernos. Simplemente, recuperando la respiración.
Cuando conseguí controlar de nuevo mi cuerpo, me incorporé, le miré y le dije:
- Por esta vez, no te voy a cobrar la clase…
Nos empezamos a reír a carcajadas por lo extraño de la situación. Nos vestimos sin prisas, charlando de buen rollo. Yo pensé que podríamos sentirnos incómodos, pero para nada. Le acompañé a la puerta y al despedirnos, me preguntó:
- ¿Vas a querer repetir?
Se me escapó una carcajada.
- No sé, ya veremos el próximo jueves… -le contesté. Le di un beso con lengua y cerré la puerta.
Mi nombre es Carlota y soy profesora de inglés. Normalmente, doy clases en un instituto pero durante el verano doy clases particulares en mi casa. Por desgracia, este verano se me ha estropeado el aire acondicionado, por lo que este año las clases se estaban convirtiendo en una tortura para mí y supongo que también para mis alumnos, aunque ellos nos se quejaran demasiado.
Al principio, yo intentaba vestirme como siempre lo había hecho para las clases, con ropa formal, para crear esa distancia entre profesor (en este caso, profesora) y alumno tan necesaria en algunos casos.
Pero con el problema del aire acondicionado me resultaba cada día más difícil… hasta que llegó un momento en el que cedí debido a las circunstancias y empecé a usar ropa más fresquita y más cómoda para soportar el terrible calor que nos asolaba. Vestidos de piscina, faldas cortas e informales con camisetas de tirantes… cualquier profesor (y, sobre todo, profesora) os puede decir que es una idea espantosa aparecer como una mujer ante tus alumnos, porque pueden empezar a distraerse y pueden hacerse una idea que no es… Todo esto está muy bien en teoría, pero en la práctica… las temperaturas rondaban los 40º y estar sin aire acondicionado estaba haciendo que me pasara las clases más distraída por el sufrimiento que el calor me provocaba que por la clase en sí, así que decidí no darle más importancia a mi indumentaria y centrarme en mis alumnos.
Ese jueves fue especialmente insoportable, estábamos en medio de una ola de calor y todo el país tenía activadas las alertas por las altas temperaturas. Así que cuando fui a vestirme ese día antes de que llegara mi único alumno de los jueves, elegí una túnica muy vaporosa, de color rojo pasión. Me miré en el espejo de la entrada y decidí que podría usarla para dar la clase, la túnica no era demasiado corta, por encima de la rodilla, y tampoco tenía escote, por lo que me pareció bastante apropiada para dar clase ese día de tanto calor. Me puse un tanga de color negro, bastante pequeñito y decidí pasar del sujetador, ya que al no ser la túnica ajustada, no se notaría que no lo llevaba.
Me gustaba mirarme en el espejo de la entrada porque era un espejo de cuerpo entero y era donde mejor podía apreciar cómo me quedaba la ropa. Lo malo que tenía esa estancia era que tenía muy poca luz natural, pero no le di mayor importancia.
En ese momento, las 12 de la mañana, sonó el timbre del portal. Abrí directamente, ya que era la hora de la clase y supuse que sería mi alumno. Un par de minutos después llamaron al timbre de casa, así que fui a abrir.
- Buenos días Pablo, ¿qué tal? –le pregunté-. Pasa, por favor.
- Buenos días, Carlota…
Lo cierto es que no me fijé mucho en él, porque aunque era un hombre bastante atractivo, era mi alumno, por lo que no le miraba como lo habría hecho si me lo hubiera cruzado por la calle, por ejemplo. Si me hubiera fijado, habría visto su mirada de extrañeza y cómo recorrió mi cuerpo con su mirada mientras yo avanzaba por el pasillo delante de él hasta llegar a la sala de estar, que era la estancia más luminosa y, lo más importante este verano, la más ‘fresquita’ (dentro de lo que cabe) de la casa.
Allí había una mesa no demasiado grande y varias sillas rodeadas de grandes ventanales. A mí me gustaba sentarme frente al alumno para resaltar esa distancia profesora-alumno de la que hablaba antes.
Una vez sentados, él sacó sus ejercicios de la semana anterior para que yo los corrigiera y yo le di unos cuantos más para que trabajara en ellos mientras yo corregía.
- Si te parece, empezamos con ejercicios y luego pasamos a la parte oral, ¿vale? –le dije.
- Sí, sí, como quieras…
Me resultó algo extraño que Pablo estuviera tan callado, porque normalmente intentaba sacar cualquier tipo de conversación, era muy extrovertido y le gustaba mucho hablar, ya fuera en inglés o en español. Teníamos más o menos la misma edad, ya que él estaba mejorando su nivel de inglés por motivos de trabajo, y normalmente la conversación fluía sin problemas, pero ese día le notaba algo pensativo. Lo achaqué al calor y no le di más importancia.
Mientras corregía, noté una ligera brisa entrar por las ventanas que estaban medio abiertas y mi cuerpo actuó antes de que mi mente pudiera impedirlo. Cerré los ojos de gusto, se me escapó un suspiro de satisfacción y me revolví ligeramente en la silla. ¡Era la primera brisa que sentía en toda la semana!
Al abrir los ojos, me encontré con que Pablo me estaba mirando fijamente, con una extraña sonrisa que no pude identificar…
- ¡Uy! ¡Perdona! Es que este calor me va a derretir… -me disculpé.
- No, no, no te preocupes… ¡Es normal! –me contestó-. Si quieres, abro un poco más esta ventana –dijo, levantándose para abrirla- y así nos llega un poco más de aire…
Seguimos trabajando pero yo tenía la sensación de que Pablo no estaba todo lo concentrado que debería en sus ejercicios, porque sentía que me miraba disimuladamente cuando yo no le estaba mirando.
- No te veo muy concentrado hoy… ¿Ocurre algo? ¿Prefieres que dejemos la clase para otro día?
- ¡No! No, quiero decir que… Que no hace falta, que… Estaba algo distraído, pero ahora ya me concentro…
- Está bien. A ver, espera, me pongo a tu lado si quieres y me cuentas cuál es el ejercicio que te está dando tantos problemas… -le dije, y me levanté para sentarme a su lado. Tenía que sentarme con las piernas abiertas porque la pata de la mesa me impedía sentarme normal, con lo que mi pierna rozaba la suya. Pero no me preocupé por ese detalle, porque ya llevaba unos meses dándole clases y sabía que no iba a molestarse por ello.
- A ver, enséñamelo… -le pedí. Y me puse a corregirle unos cuantos ejercicios, explicándole detalladamente todos los errores y dudas que había ido anotando. Supongo que estuve con la explicación durante unos diez minutos, porque quería que todo quedase claro, pero sentía que Pablo no me estaba prestando atención.
Le miré y me di cuenta de que estaba muy acalorado. Cuando me fijé más cuidadosamente, observé que miraba con disimulo hacia la pared que estaba detrás de la silla en la que había estado sentada hasta hace un par de minutos, así que hacia allí miré yo también. Y lo que vi me dejó horrorizada. Desde que me había sentado junto a él, había estado mirándome a través de un espejo que se encontraba justo enfrente de mí, por lo que al tener las piernas abiertas, había estado viendo el tanga negro diminuto que llevaba puesto. Además, al mirarme en el espejo, rodeada de ventanas por las que entraba la luz de sol, pude ver que se me transparentaban completamente los pezones, que con la brisa que había ido entrando estaban duritos y más oscuros, por lo que se me veían aún más. Cuando me había mirado antes en el espejo de la entrada, no había luz natural, así que no me había dado cuenta de que se me transparentaba todo…
Me ruboricé profundamente y nuestra mirada se cruzó en el espejo. Ahora podía entender su extraña sonrisita de antes… ¡Qué vergüenza! De forma instintiva, crucé mis brazos sobre mis pechos para que al menos dejara de verlos e intenté levantarme para cerrar las piernas, pero perdí ligeramente el equilibrio y él me sujetó. Seguía sosteniendo mi mirada en el espejo y me dijo:
- No te tapes, así estás guapísima…
Se levantó y se puso detrás de mí. Se inclinó para coger mis manos y las retiró lentamente de mis pechos para poner las suyas justo debajo de ellos. Al hacer eso, la túnica se pegó a mi cuerpo, lo que hizo que mis pechos se vieran perfectamente mientras Pablo empezaba a acariciarlos por encima de la traicionera tela.
- ¿Sabes? –me dijo-. Llevo deseando hacer esto desde hace demasiado tiempo… Pero siempre ibas con ropa muy formal, muy tapada, y pensé que sería imposible… -me dijo mientras seguía acariciando mis pechos, ahora con pequeños pellizquitos en mis pezones que hacían que me pusiera a mil-, pero hoy, cuando he entrado, ahí estabas… medio desnuda para mí… provocándome mientras me traías hasta aquí, contoneando ese culito enmarcado por ese tanga que estoy deseando arrancarte a mordiscos…
Estaba muy excitada por lo que me estaba diciendo mientras lo veía todo en el espejo, parecía que se redoblaban las sensaciones al verlas y sentirlas al mismo tiempo… Pero también estaba escandalizada con lo que estaba sucediendo, él era mi alumno y esta no era la relación que se suponía que teníamos que tener…
- Pablo, esto… esto no está bien… Perdóname, ha sido culpa mía… No sabía que se transparentaba… -balbuceaba, intentando disculparme, pero él no me daba tregua, seguía acariciándome y yo, aunque le estuviera diciendo que parara, era lo último que quería. Mis manos revoloteaban alrededor de las suyas, sin saber qué hacer con ellas.
Pablo cogió mi mano izquierda y la llevó a mi pecho.
- Ssshhh… Acaríciate el pezón, no dejes de acariciarlo… -me dijo, y yo le hice caso.
Cogió mi mano derecha y la llevó a mi boca, doblando mis dedos para que mi dedo índice y mi dedo corazón entraran en mi boca.
- Chupa, humedécelos bien…
Hice lo que me pedía sin pensarlo, aunque una vocecita en mi cabeza me decía que esto estaba mal… que tenía que parar en ese mismo instante… Obviamente, ignoré esa molesta vocecita.
Humedecí mis propios dedos mirándome en el espejo y lo hice de forma más sensual porque el espectáculo no era para mí, era sobre todo para Pablo… Cuando los saqué de mi boca, él volvió a coger mi mano y la dirigió a mis muslos. Fue pasando mis dedos por mis muslos, arrastrando mi túnica hasta que ésta se quedó enredada a la altura de mis caderas. En esa posición, ambos podíamos ver claramente mi tanguita negro en el espejo y, para mi vergüenza, se apreciaba con claridad que estaba mojado.
- Joder, con la imagen de seria que intentas dar y en realidad estás cachonda perdida…
Sabía que no debía continuar con esta situación, que debía detenerle y continuar con la clase, pero… Me sentía realmente excitada y Pablo estaba bastante bien. Los dos éramos adultos, sin compromiso (hace un par de semanas, me había contado que no salía con nadie) y estaba claro que nos gustábamos.
Me levanté y me puse frente a él, pegando mis labios a los suyos sin darle tiempo a protestar. Respondió a mi beso con pasión y empecé a tironear de su camiseta, intentando levantarla para que se la quitara. Nos separamos un segundo mientras se la quitaba por la cabeza. Seguimos besándonos y tocándonos con impaciencia. Mis manos pasaban de su nuca a su espalda, acariciaban sus brazos, bajaban a su culo. Las suyas se habían hecho dueñas de mi culo desde el principio y me lo masajeaba sin parar. Tiró de mi túnica para poder tocarme el culo sin tener una tela de por medio. Seguimos magreándonos como dos adolescentes un rato y era terriblemente excitante.
Sin apartar mi cuerpo del suyo, empecé a dirigirle hacia el sofá, porque quería que nos tumbásemos. Al darse cuenta de mis intenciones, se deshizo de sus chanclas por el camino y yo hice lo mismo. Agarró mi túnica y me la sacó por la cabeza con un movimiento fluido. Me quedé un poco sorprendida, la única prenda que llevaba puesta era mi tanga negro y me entró un acceso de vergüenza, intenté taparme los pechos con las manos, pero Pablo no me dejó. Inclinó ligeramente su cuerpo, acercó su boca a mi pecho izquierdo y comenzó a hacer círculos con la lengua a su alrededor. Su mano acariciaba mi pubis por encima del tanga, alcanzando mi botoncito del placer, haciendo que me estremeciera al sentir sus caricias en esas partes tan sensibles de mi anatomía. Agarró mi pezón con sus labios e hizo un movimiento de succión que hizo que tuviera que coger aire de pronto.
- La de horas que podríamos haber estado divirtiéndonos, Carlota, en vez de hablar inglés… -me dijo, cogiéndome en brazos, pasando un brazo por debajo de mis rodillas y el otro sujetándome por la espalda.
Me dejó sobre el sofá y se desabrochó el pantalón y lo dejó caer, sacando sus piernas con rapidez y dejándolo allí abandonado. Ahora estábamos los dos solamente con una prenda de ropa interior. Se abalanzó sobre mí sin esperar ni un segundo y volvimos a besarnos, pero esta vez con una urgencia mayor. Acariciaba mis pezones con sus pulgares en un movimiento rítmico y se tumbó sobre mi cuerpo, rozando su polla contra mi coñito, haciendo que me mojase aún más. Hacía un movimiento como si me penetrara, y todo mi cuerpo gritaba en silencio por conseguir que su polla estuviera en mi interior.
Tiré de su bóxer hacia abajo para tener acceso a su polla. Conseguí bajárselo y que su polla asomara por fin. Mmmmmmm ¡Vaya polla tenía! Imagino que mi cara lo decía todo, porque se levantó y de un tirón se los bajó y los dejó allí tirados.
- Te toca a ti –me pidió.
Sin levantarme, me quité el tanga. Simplemente, levanté mi culito y lo deslicé por mis piernas.
- Joder, joder, ¡qué buenas estás! ¡Encima lo llevas depilado!
Sonreí al escuchar su expresión. Me pareció graciosa la forma en que lo expresaba. Abrí las piernas, tapé mi coñito con mis manos y, mordiéndome el labio inferior, le dije:
- ¿¿No te gusta??
- Joder, joder… ¡Claro que me gusta! Por favor, dime que tomas la píldora, por favor, por favor… ¡Que no tengo condones!
Le sonreí abiertamente, retiré mis manos de mi coñito y las llevé a mis pechos. Pellizqué mis pezones, que ya estaban bastante duros, y le dije:
- Claro que la tomo. Ahora ven aquí y dame esa pedazo de polla…
No me hizo esperar, se puso de pie junto a mi cuerpo, apoyó una rodilla sobre el sofá y puso su polla a la entrada de mi coñito. Yo estaba tan mojada que no necesitaba ningún preliminar más, y estaba claro por el estado de su polla que él tampoco.
Lento pero firme, me metió la polla hasta que ambos sentimos que había llegado al tope. Tenía toda su polla completamente dentro de mi cuerpo y yo me sentía en la gloria. Nos habíamos olvidado del calor, de la clase y de todo lo que nos rodeaba. Con la misma lentitud con que la había metido, ahora la sacó, pero no del todo, dejó la puntita dentro. Se quedó unos segundos así y de una estocada, volvió a metérmela hasta el fondo. Repitió la operación varias veces, haciendo que de mis labios se escaparan gemidos y algún gritito de placer.
Ambos estábamos muy cachondos, tanto por nuestros movimientos como por el ingrediente morboso de la situación. Sin esperar más, empezó a bombear y yo me agarré a sus hombros, poniéndole mis tetas en la cara. Sin dudarlo, agarró uno de mis pezones con sus labios y hacía un movimiento de succión mientras seguía bombeándome que me estaba volviendo loca.
- ¡Aaaaah! Sí, Pablo, no pares, sí, síiiii… Así, así, fuerte, fuerteeee…
- ¿Te gusta? ¿Eh? ¿Querías polla? Pues toma polla…
Cada vez me la metía con más fuerza, con más violencia, estábamos completamente desatados, nuestros cuerpos se habían acoplado perfectamente y sus movimientos me tenían al borde del orgasmo.
- Pablo… mmmme… aaayyyyy… creo que… que me voy a…
- Córrete para mí, Carlota, córreteeee…
Y exploté en un orgasmo largo e intenso que me dejó completamente laxa bajo su cuerpo. Yo sentía que él seguía moviéndose, sentía su polla súper dura dentro de mí, taladrándome todavía, y cuando, entre dientes, me dijo –Me voy a correr –mi cuerpo volvió a explotar en un segundo orgasmo más intenso que el anterior.
Él salió de mi interior y se dejó caer junto a mí en el sofá. Y allí nos quedamos unos minutos. Sin hablar. Sin movernos. Simplemente, recuperando la respiración.
Cuando conseguí controlar de nuevo mi cuerpo, me incorporé, le miré y le dije:
- Por esta vez, no te voy a cobrar la clase…
Nos empezamos a reír a carcajadas por lo extraño de la situación. Nos vestimos sin prisas, charlando de buen rollo. Yo pensé que podríamos sentirnos incómodos, pero para nada. Le acompañé a la puerta y al despedirnos, me preguntó:
- ¿Vas a querer repetir?
Se me escapó una carcajada.
- No sé, ya veremos el próximo jueves… -le contesté. Le di un beso con lengua y cerré la puerta.
martes, 2 de octubre de 2018
Paula y Eric: Primera vez
Nunca me habían desnudado tan rápido...
Buenos días!!
Ese era el mensaje que me estaba esperando cuando me desperté a la mañana siguiente.
Te invito a un café si te da tiempo...
Adjuntó su ubicación.
Buenos días!!
Ese era el mensaje que me estaba esperando cuando me desperté a la mañana siguiente.
Puedo inventarme algo para no ir a trabajar
Te desnudaría mucho más despacio esta vez
Buenos días guapísima!
Te invito a un café si te da tiempo...
Adjuntó su ubicación.
En 15min estoy allí!
Me lancé a la ducha y salí volando de casa. La cafetería en la que estaba me pillaba justo al lado del trabajo, así que hice el mismo trayecto de todos los días. Mientras aparcaba la moto, la busqué dentro de la cafetería y me quedé mirándola, asombrado. Se había propuesto matarme, eso estaba claro. Desde luego, así es como iba vestida, para matar. En plan secretaria sexy, la viva imagen del sexo. Joder.
El sitio estaba repleto de gente a esas horas. Entré y me dirigí hacia ella, estaba de pie delante de una mesa alta. Me acerqué rápidamente y la sujeté de la cintura, sintiendo la suavidad de su camisa pero pensando sólo en el tacto de su piel. Me di cuenta de que estaba hasta nervioso. Aunque me había propuesto darle un beso de tornillo, no quise pasarme de listo y empecé a darle dos besos. Se dejó hacer, con una sonrisilla, y cuando iba a separarme ligeramente de ella, me agarró de la nuca y me dio uno de los besos más húmedos y más sensuales que me habían dado nunca. Me dejó prácticamente jadeando. Sin separarse de mí, dijo:
- Te habrás dado cuenta, ¿no? ¡Hoy no tengo que ponerme de puntillas!
Y dobló su pierna hacia atrás, mostrándome los tacones que llevaba y, de paso, llamando la atención sobre sus piernas enfundadas en unas medias negras transparentes.
- Sólo llegan hasta el muslo, por si te lo estabas preguntando...
- Te has propuesto matarme, ¿verdad?
- Es que no me pareció justo lo de ayer, Eric. Hiciste todo el trabajo. Así que pensé en invitarte al menos a un café... -se sonrojó de esa forma tan dulce y sexy a la vez- bueno, y así nos veíamos.
- Vaya, y yo que esperaba otro tipo de retribución.
Se puso aún más colorada y empezó a decir algo, casi atascándose con las palabras, pero no la dejé hablar. Puse mi mano sobre sus labios y me acerqué todo lo que pude a ella. Era cierto que hoy no tenía que ponerse de puntillas para besarme, pero seguía teniendo que inclinar su cabeza cuando estábamos a esta distancia. Pequeñita y sexy como una diablesa. Una bomba, vamos.
- No hice todo el trabajo, como tú dices. Escribí algunas palabras. Y disfruté tanto o más que tú. Estoy deseando repetirlo pero en persona. Y esta mañana me despierto, veo tu whatsapp y me provocas una erección instantánea. Dices que me invitas a un café y apareces así vestida. Me parece que el lobo vas a acabar siendo tú...
Soltó una carcajada, se separó de mí y me hizo un gesto con la mano para que la esperase allí mientras se acercaba a la barra. Vi cómo intentaba recomponerse un poco y pidió un par de cafés a la camarera, que la atendió antes que al resto de personas que esperaba. Mientras le ponía los cafés, le comentó algo que la hizo reír.
Se acercó con los cafés muy despacio, para no derramar ni una gota. La dejé acercarse para disfrutar de la vista que me brindaba y vi que la camarera nos observaba sin disimulo. Supuse que sería su amiga y que me había citado aquí para "enseñarme" a su amiga.
- ¿Qué te apetece para comer?
- Pensé que eso ya lo habíamos hablado. Tú.
Me lanzó una mirada que, sin decirlo, me mandaba ponerme serio. Pero nunca he sido de obedecer a la primera.
- Ya sabes a qué me refiero, tontito.
- Y tú ya sabes a qué me refiero yo, tontita.
- Verás tú, el listo... -y volvió a alejarse hacia la barra. Esta vez se entretuvo un poco más hablando con la camarera y ambas me miraban sin disimulo. Hice un gesto de saludo que las hizo reír un poco más.
- Te he traído tostadas con aceite y tomate. Desayuno saludable, que hay que empezar bien el día. Y si no te gustan, ¡te aguantas! ¡No haberte puesto en plan difícil!
Mientras desayunábamos, dejamos un poco de lado el intercambio de insinuaciones y dobles sentidos. Intenté contestar en serio las preguntas que me hacía, creo que era una especie de entrevista para ver si cumplía sus expectativas. Me gustaron las respuestas que ella dio a mis preguntas, pero no podía dejar de distraerme mirándola. Su simple presencia me tenía muy excitado.
Sin pagar, nos fuimos. Ya lo tenía ella solucionado, me dijo.
- ¡Así que eres motero de verdad! Y yo que pensaba que era una pose...
- No suelo cargar con el casco sólo para impresionar a chicas guapas.
- ¿Me darás una vuelta un día?
No quería despedirme tan pronto.
- Ahora si quieres... ¡te acerco al trabajo!
- Estaría bien, pero no creo que vaya vestida para la ocasión —comentó señalando la falda ajustada que llevaba—... ¿Me puedo guardar la invitación?
Me dio un beso a medio camino entre la mejilla y el labio. Se sonrojó profundamente de nuevo. Suspiró y riéndose me dijo:
- Es que soy un poco torpe...
Esta vez sí, me dio un beso en los labios. Corto, seco, pero empezaba a resultarme familiar su forma de despedirse. Miré como se alejaba, se giró, me pilló mirándola y me lanzó un beso.
Llegué tarde, tardísimo a trabajar, pero mereció la pena. Todo lo que tiene que ver con Paula merece la pena.
Mi amiga ha quedado impresionada
Vaya... y yo que quería impresionarte a ti
A mí ya me habías impresionado!
Pero puedo seguir intentándolo, no?
Claro ;)
Qué tal el día?
De puta madre
He desayunado con un pivón
Y luego me he pasado el día soñando contigo
O eres real?
Si eres real, era pensando en ti
Jajajaja
Truquitos, truquitos...
Qué haces ahora?
Acabo de llegar de trabajar
Iba a ducharme
Espérame y te froto la espalda
Sexting de nuevo?!
A las 7 de la tarde?!
Jajaja no sabía que había un horario para el sexting
Yo tampoco! Jejeje
Te dije que me habías desvirgado...
Vale, no sexting, entonces
Quiero estar presente la próxima vez que te desnudes para mí
Y cuándo quieres que sea esa próxima vez?
Ya
Ahora
Ven
O voy yo
Pero dime que podemos vernos un rato...
Mi amiga va a tener razón
En qué?
Dice que eres un conquistador, un bajabragas...
Jajajaja
Se intenta... (carita con gafas de sol)
Dónde quedamos?
Quieres venir a mi casa?
Ponte pantalones y luego te llevo en moto!
Ok
Mandé mi ubicación y justo después me di cuenta de que no había sido muy caballeroso que digamos.
Si lo prefieres, puedo pasarte a buscar!
No te preocupes!
Me doy una ducha y voy!
No me había dicho cuánto tardaría, así que me metí a la ducha a toda velocidad. Me sequé un poco por encima y me puse a cambiar las sábanas. Tenía intención de meterla en mi cama y quería que sintiera la frescura de sábanas nuevas. Recogí como pude rápidamente, con el volumen del móvil a tope, por si me llamaba o escribía. Después de hacer la cama y dejar la habitación presentable, limpié el baño. La cocina ya estaba limpia, así que adecenté como pude el cuarto de estar.
Me había puesto unos vaqueros y una camiseta de manga corta, algo normal y rápido de quitar cuando fuera necesario. Miré el whatsapp cada minuto, pero nada, no decía nada. Su última conexión era cuando habíamos hablado. Ya había pasado más de una hora. No sabía si debería escribirla, no quería parecer pesado e impaciente. Igual se había arrepentido. Esperaba que no, pero decidí esperar otra media hora, más o menos, para darle un poco más de tiempo.
Mientras pasaba ese rato, busqué algunos catálogos de comida a domicilio que tenía por casa, imaginango que cenaríamos algo, y los dejé encima de la mesa del salón. La décima vez que miré el whatsapp, entró una llamada. Era ella, al fin.
- ¡No me has dicho cuál es tu piso!
Me asomé a la ventana y allí estaba, llevando de nuevo uno de esos leggins que tan bien le sentaban. Un abrigo rojo y una bolsa negra completaban su atuendo.
- ¿Qué llevas en la bolsa?
Empezó a reírse y a mirar en todas direcciones. Abrí la ventana, sintiendo el frío de inmediato. Cuando por fin me vio, se dirigió, algo indecisa, hacia el portal de mi casa.
- ¿Me vas a decir qué piso es o tengo que llamar a todos hasta que alguien me abra?
- Es el portal 14, justo enfrente de donde estás. 3ºC.
- Así que eres el vecinito del tercero, ¿eh? Ya sabes lo que dicen...
- ¿Qué dicen?
- Que las trae a todas loquitas...
Y al tiempo que colgaba, llamó al telefonillo. Abrí sin preguntar y esperé con la puerta abierta de par en par. Subió por las escaleras en vez de coger el ascensor y me pilló casi desprevenido.
- ¡Qué silenciosa!
- Sí, como un ninja... —me contestó riéndose.
Calló la que iba a ser mi respuesta con un beso. Mis manos rodearon su cintura, arrastrándola para que entrara en mi casa, al fin. Cerré la puerta y la apoyé contra ella, pero se escabulló de mi trampa.
- ¿Dónde está la cocina? He traído el postre, ¿te gusta el brownie? Oye, no serás alérgico a algo, ¿no? Joder, tenía que haberte preguntado antes...
- No, no soy alérgico a nada, me encantan los brownies y me encanta que me hayas traído uno. ¿Dónde lo has comprado?
- ¿Que dónde lo he comprado? ¿Pero quién te piensas que soy? ¡Lo he hecho yo!
- Así que aparte de sexy y provocadora, sabes hacer brownies.
- Pórtate bien y luego te dejo probar mi brownie...
Riéndose por el juego de palabras, dejó el brownie en la encimera y se volvió para mirarme con esos ojos brillantes que me tenían embelesado. Me ofreció su mano y la cogí con galantería. La dirigí al cuarto de estar primero, aunque me moría por tenerla en mi cama.
- Puedes dejar el abrigo donde quieras.
Dudó unos segundos, pero se bajó la cremallera con decisión y se lo quitó sin dejar de mirarme. Definitivamente, se había propuesto matarme.
- ¿Esa mirada significa que te gusta? -preguntó, coqueta.
Si el otro día había llevado un discreto jersey ancho con leggins, hoy llevaba un jersey muy ancho también, pero de discreto no tenía nada. Era completamente transparente, debajo se veía claramente el sujetador negro de encaje que apenas ocultaba sus pezones. Me resultaba imposible dejar de mirarla. O cerrar la boca. Y ya de articular un pensamiento coherente, mejor no hablamos.
Sonrió inocentemente, sabedora del efecto que me había causado, y se fue al sofá, atrayéndome hacia ella. Se sentó sobre su propia pierna, doblada bajo su cuerpo, y yo me senté a su lado, esforzándome por encontrar un piropo que hiciera justicia a lo que mis ojos estaban disfrutando.
- ¿Querías que pidiéramos comida? Vaya, y yo que pensaba que iba a ser el plato principal... -dijo poniendo morritos, como si estuviera disgustada.
Hasta ahí aguanté antes de lanzarme sobre ella. Si soy sincero, creo que resistí bastante. La acerqué a mí y empecé a besarla por fin. Maniobré con sus piernas (con su ayuda inmediata) para colocarla a horcajadas sobre mí y el gemido que emitió cuando restregué su cuerpo contra mi polla me puso aún más burro de lo que estaba.
Como os había contado, Paula era una chica normal. Excepto en las distancias cortas, que se convertía en una diosa y me hacía perder totalmente la cabeza.
Dejé sus labios momentáneamente para recorrer su cuello, aprendiéndome su aroma. Sus gemidos y pequeños grititos no eran eróticos en sí, para nada como en una película porno. Lo que era increíblemente erótico era su forma de dejarse ir, de disfrutar, de entregarse a mí.
Se quitó el jersecito que tan poco ocultaba y lo tiró al suelo. Y allí estaban sus pechos, frente a mí. A unos centímetros de mis labios. Coloqué mis manos con suavidad justo debajo, sopesándolos. Con el pulgar, hurgué dentro de la tela buscando su pezón, que reaccionó de inmediato y me saludó sin dilación. Usando el mismo pulgar, lo liberé de su prisión de encaje y allí quedó, frente a mí, llamándome a gritos. Lo rodeé con mis labios y lo golpeé varias veces con mi lengua. Eso pareció gustarle especialmente a su dueña, que acabariciaba mi pelo y en ese momento, mientras agarraba unos mechones con algo más de fuerza, se estremeció y empezó a frotarse más rápido contra mí. Le di un mordisquito a ese pezón tan juguetón, con más ganas que fuerza, y liberé el otro pezón para darle un tratamiento similar.
Paula se inclinó sobre mí y acercó sus labios a mi oreja.
- Para, cabrón, que vas a hacer que me corra...
Si en ese momento ya la tenía bastante dura, esa frase hizo que me palpitase. Con una mano sujeté sus muñecas a la altura de su espalda, haciendo que se arqueara un poco más y me ofreciera sin tapujos esos pechos tan deliciosos que tenía. Al mismo tiempo, le daba golpecitos de cadera, mi polla a punto de explotar sintiendo claramente su calor, su humedad. Uno de sus pezones entre mis labios y el otro entre mis dedos. Me volvía loco que se entregara de esa forma a mí.
Sus gemidos constantes ya eran una indicación, pero cuando empezó a botar sobre mi polla, quedó claro que estaba a punto y, buscando su orgasmo, incrementé la intensidad de mis caricias. Mis dientes rodeaban su pezón, apretando ligeramente, cuando la sentí correrse, diciendo mi nombre entre gemidos.
Me dirigió una mirada ardiente. En su cara se reflejaba el placer intenso que había sufrido. Imagino que en la mía se veía la lujuria que seguía sintiendo. Solté sus muñecas y rodeó mis hombros de inmediato con sus brazos, besándome con más dulzura esta vez. Bajó sus manos a mi vaquero y antes de que pudiera darme cuenta mi polla estaba ahí, entre nosotros. Se deslizó hasta quedar arrodillada en el suelo y sin esperar más, empezó a chupármela. Si yo ya me encontraba en un punto de no retorno, sentir sus labios, su lengua, su boca envolviéndome la polla, sus manos acariciando muy ligeramente mis huevos... ufff... Sé que es un gesto terriblemente machista, pero coloqué mi mano en su cabeza para sentir así sus movimientos de arriba abajo, y se dejó hacer. Hice una ligera presión de prueba y Paula dejó que mi polla entrara un poco más en su boca. En ese momento me dije que por probar, no iba a pasar nada, así que volví a presionar ligeramente, y ella, Paula, mi diosa particular, volvió a conseguir que entrara otro poquito más. Me tenía jadeando. Tenía casi mi polla entera en la boca, se ayudaba con una mano sujetando la base, subiendo y bajando sus labios. Volviéndome loco de placer.
- Paula, voy a...
Pasó con suavidad sus dientes por mi piel, haciendo que me estremeciera, acercándome aún más al orgasmo. Bombeó mi polla con su mano suave y delicada, esperándome con la boca abierta y la lengua ligeramente fuera. Esa visión, más erótica que cualquier escena porno que hubiera visto nunca, me hizo estallar y me corrí con fuerza. El primer y glorioso chorro cayó en su lengua y sus labios, y los siguientes en sus pechos. Estaba aún más preciosa manchada con mi semen.
No podía ni moverme.
- Creo que me has dejado sin fuerzas...
Soltó otra carcajada, no sé cómo pero su risa cada vez me sonaba más sexy.
- Será mejor que vaya a limpiarme, ¡mira cómo me has dejado! -dijo guiñándome un ojo, con una sonrisa que amenazó con ponérmela dura de nuevo.
Lo que hizo que se me pusiera como una piedra de nuevo fue verla recoger una gota de mi leche de su pezón y chupar su dedo con lujuria, mirándome directamente a los ojos. Se le escapó otra carcajada al ver mi cara y se marchó en busca del baño.
Cuando volvió, ya con el sujetador colocado y limpia de mi leche, yo había conseguido al menos metérmela dentro de los calzones, aunque seguía con el pantalón desabrochado. Me miró con una sonrisa burlona.
- Bueno, ¿cenamos o qué? ¡Me muero de hambre!
Se puso a hojear los catálogos sin parar de hablar. Yo asentía a todo lo que decía. Escogió una pizzería y llamó para pedir la cena. Luego se sentó a mi lado con las piernas cruzadas y hablamos (creo que con algo más de coherencia por mi parte, al menos podía hacer frases enteras) sin parar. Llamaron al timbre y se levantó con naturalidad, habló un par de segundos con el repartidor por el telefonillo y le abrió la puerta del portal. Se me nubló la mirada por completo al escucharla decir que fuera subiendo, que ya estaba abierto, y espeté:
- ¡No vas a abrir así!
Nada más decirlo, odié el tono de voz que había empleado. Autoritario, celoso, como si ella fuera de mi propiedad. Me levanté, inmediatamente arrepentido de mi elección de palabras, y en su mirada vi que había metido la pata. Me observaba con frialdad, sopesándome. Con una ceja levantada, esperando una explicación.
- Joder, lo siento. Soy gilipollas. Me he expresado mal. Es sólo que no quiero que nadie pueda verte así, con ese sujetador tan sexy, con tan poca ropa, tan guapa, sólo quiero verte yo así...
Su mirada se suavizó un poco y no debió parecerle del todo mal mi explicación, porque me dio una palmadita en el culo y me puso un billete de 20€ en la mano para que pagara.
Abrí la puerta al repartidor, preocupado por la cagada que acababa de hacer, aunque algo aliviado por esa última mirada. Cuando llevé la pizza al cuarto de estar, Paula no estaba, imaginé que estaría en el baño. Fui a la cocina a coger el cortador de pizzas y unos vasos.
- ¿Qué te apetece beber? -dije en voz alta, sabiendo que me escucharía. Mi casa no es muy grande. Tanteando el ambiente, a ver si seguía enfadada.
- Agua, gracias -me contestó, mucho más cerca de lo que yo pensaba-. ¿Sabes que no tienes pijama?
Se había puesto una de mis camisetas y se había quitado los leggins. Llevó su mano a mi bragueta abierta murmurando algo de estar más cómodo, pero yo sólo podía pensar en sus manos dirigiéndose a mi polla, mi imaginación hizo el resto y se me puso dura de nuevo. Cuando me medio obligó a quitarme el vaquero, mi calzoncillo era una tienda de campaña. Se empezó a reír y me preguntó:
- ¿Tú qué pasa, no necesitas coger fuerzas? Venga, vamos a cenar, dame esos vasos y recuerda que ibas a coger agua. ¿Qué vas a beber tú? ¿También agua?
Asentí mientras la miraba alejarse. Aproveché para echar un buen vistazo a sus piernas. En teoría, normales. En la práctica, como todo en Paula, de infarto. Era el conjunto lo que resultaba tan explosivo.
Me gustó verla tan natural, con una de mis camisetas y un tanga negro de encaje que conseguí entrever cuando se sentó de nuevo con las piernas cruzadas. Se la veía agusto. Me gustaba escucharla reír.
- Oye, Eric... -se puso algo más seria- No quiero que pienses que esto lo hago con cualquiera. Que no nos conocemos de nada, pero es como si en realidad sí que te conociera, ¿sabes a qué me refiero? Ya te lo dije el otro día, no soy facilona. No sé qué me pasa contigo, que me descolocas, y me haces perder, literalmente, la ropa -aquí se le escapó una carcajada que delataba su nerviosismo y sentí la necesidad de besarla, de barrer de golpe sus inseguridades.
- Ya que nos ponemos sinceros... quiero pedirte perdón por lo de antes, he sido un gilipollas integral, espero que puedas perdonarme.
- No te preocupes, está olvidado.
- Ya, pero quiero explicarte. Siempre he odiado a los tíos que les dicen a sus parejas lo que pueden o no hacer o decir. Pero tú a mí también me descolocas, Paula. Como ahora, te veo con mi camiseta y sólo puedo pensar que eres la mujer más bonita del mundo, y no quiero que nadie pueda verte así, ¡y mucho menos con el sujetador tan sexy que llevas!
- Te equivocas.
- Lo sé, sé que no tengo derecho a ser posesivo, que es prepotente por mi parte, de verdad que...
- Eric, para. Te equivocas en lo del sujetador, ya no lo llevo. Me lo quité para estar más cómoda. Y sólo me has dicho, aunque en un tono equivocado, que no saliera a abrir en sujetador. La verdad, me hubiera sorprendido que no te hubiera importado.
Y con esa sonrisa tan cálida que tiene, olvidó mi cagada y me dio otra imagen para el recuerdo. Con mi camiseta y sin sujetador. Ya sólo podía pensar en sus pechos, obviamente.
- Por cierto, hay otra cosa que me has dicho que no es verdad. No somos pareja.
- Lo sé, joder, qué tarde llevo... no quería sonar presuntuoso ni posesivo, era una forma de hablar...
Me interrumpió, con una sonrisa burlona.
- ¿Pero tú quieres o no quieres?
- ¿Me estás pidiendo salir?
- Esperaba que me lo pidieras tú, pero como no te arrancabas...
La miré sin saber realmente por dónde salir, no sabía si debía disculparme de nuevo. En realidad, yo quería que fuera mía. Al parecer ella también lo quería, quería que fuera suyo. Pero no sabía si decirlo ahora sería lo apropiado, igual pensaba que sólo se lo decía porque parecía que ella lo había insinuado.
- Déjame que te lo pida bien...
Volví a taparle la boca con mi mano, igual que esta mañana. Me acerqué todo lo que pude y deslicé mi otra mano debajo de la camiseta que llevaba. Su piel se erizó de inmediato al sentir mis caricias. Sus ojos me retaban aún sin palabras. La empujé ligeramente sobre el sofá y aparté mi mano de sus labios, esperando que no dijera nada. Parece que entendió mi juego porque, sonriendo, se dejó hacer. Subí la camiseta y se la saqué por la cabeza con delicadeza. La tenía prácticamente desnuda tumbada en mi sofá.
- Eres un sueño húmedo -dije, antes de empezar a lamer sus pezones de nuevo.
Cuando los tenía muy duros y muy húmedos de mi saliva, me tumbé sobre ella y la besé. La besé con todo lo que tenía, quería dejarla muda. Mi polla encajó sin problemas en su sexo, sólo la tela de nuestra ropa interior separándonos.
Tomando la iniciativa de nuevo, deslizó mi calzoncillo un poco, lo justo para liberar mi polla. Apartó su tanga y empezó a acariciarse con mi polla. Estaba muy mojada, y me estaba volviendo loco. Pero no quería perder el control. Aparté sus manos mirándola a los ojos, pidiéndola permiso. Las colocó sobre mis hombros, preparada. Empecé a deslizar mi polla dentro de cuerpo, sintiendo cómo sus músculos se contraían, sujetando deliciosamente mi polla.
- Aaaahhhh, Paula...
Sus manos me urgían a metérsela hasta el fondo, pero no quería todavía. La saqué prácticamente entera, y me incorporé sobre ella. Ella intentó subir su cuerpo, consiguiendo así que la penetrara del todo. Pero no la dejé.
- Eric, ¡por favor!
- Me gusta que me lo pidas, pero aún no...
- ¿Por qué? Anda, por favor...
La metí un poco más y ella se arqueó con astucia, haciendo que mi polla se enterrara casi por completo en su cuerpo. Soltó un gemido que me haría pensar en ella cada noche. Era una diosa del sexo. Pero aún no podía dejarme ir. Volví a sacarla hasta que sólo mi capullo estaba dentro de ella.
- Tramposa...
Se rió entre dientes y volvió a arquearse, pero esta vez sabía lo que intentaba y no la dejé salirse con la suya, por mucho que yo quisiera lo mismo que ella.
- Primero... -empecé a decir.
- ¡No! De primero, nada. Necesito que me la metas, Eric...
Se la metí un poco como premio a su contestación y jadeó cerrando los ojos. Me incliné como pude, de una forma algo incómoda, y succioné su pezón, rodeándolo con mis dientes de nuevo, apretando ligeramente. Ella se arqueaba sibilina, intentando conseguir que mi polla la llenara de una vez.
- Paula, primero tengo que pedirte algo.
- Eric, no jodas, déjate de jueguecitos, luego hablamos, ahora métemela...
- Paula, ¿quieres ser mía?
Me mordió el hombro con fuerza y la penetré sin restricciones por fin. Duro, fuerte. Y parecía ser también lo que ella necesitaba porque con una mirada de lujuria acompañaba cada uno de mis movimientos. Sólo podía escuchar su contestación, repetida con cada uno de mis embites. 'Sí, sí, sí, sí, sí, sí'. Nuestros cuerpos se habían acoplado perfectamente, nos movíamos al mismo ritmo, a un ritmo de locura, sin dejar de mirarnos a los ojos, los suyos me estaban derritiendo. Hasta que, casi ida del placer, mordiendo el lóbulo de mi oreja casi al mismo tiempo que hablaba, murmuró 'córrete dentro, córrete ya'. Ni me lo pensé y me corrí dentro sin pensar las consecuencias, sin pensar en lo poco cuidadosos que habíamos sido. Luego me dijo que tomaba la píldora, y que tenía que habérmelo dicho antes. Pero en ese momento, estaba totalmente cegado por la lujuria que parecía que nos provocábamos mutuamente.
Nos quedamos en el sofá, jadeando con fuerza. No quería aplastarla con el peso de mi cuerpo, pero no podía levantarme. Cuando cogí algo de fuerza para incorporarme, me sujetó como pudo contra su pecho y seguimos en la misma postura. Estoy seguro de que era incómodo para ella, no podía estar agusto con todo mi peso sobre su cuerpo. Pero no sólo no se quejó sino que me abrazó más fuerte.
Cuando me desperté, estábamos tumbados de lado en la cama, lo que me sorprendió bastante, ya que ni siquiera recordaba cuándo nos habíamos ido del sofá. Su espalda estaba pegada a mi pecho y acaricié la curva de su cintura. La única prenda que llevaba era ese tanga negro que no llegué a quitarle antes. Anoche. Ni siquiera sabía qué hora podía ser. Quería levantarme sin hacer que se despertara, intenté maniobrar lo más sutilmente que pude, sacando mi brazo de debajo de su cuerpo. Pero no lo conseguí y empezó a desperezarse como una gatita al sol. Sonriendo, me dio un beso y se levantó con agilidad.
Se metió en la ducha a toda velocidad murmurando algo de un café, así que fui a prepararlo para que lo tuviera listo al salir. La estaba esperando con una taza de café caliente bien cargado cuando salió del baño, oliendo a mi gel de ducha, guapísima, gloriosa en el modo más terrenal posible.
Tomó la taza de mi mano con un educado gracias que no consiguió distraerme de su desnudez. La miré, sopesando el tiempo que teníamos. Su carcajada me hizo darme cuenta de lo descarado que estaba siendo.
- Venga, perezoso, que dijiste que me llevarías a casa... ¿O quieres que vaya a trabajar con el jersecito transparente?
La verdad es que esa posibilidad me hizo darme más prisa. Me metí en la ducha de nuevo a toda velocidad y cuando salí, estaba ya vestida y preparada. Me había partido un trozo de brownie para que lo probara, por fin. Joder, estaba buenísimo. Y ella también.
Bajamos por las escaleras, acoplándonos al ritmo del otro. Me gustó tenerla en mi moto, apretada contra mí, agarrándome muy fuerte en las curvas. La dejé frente a su casa, con su abrigo rojo y sus bailarinas, perdiéndose dentro del portal.
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